Page 217 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Dumuzi, cada vez más temeroso, temblándole las manos, le con
testó a su hermana casi con un hilillo de voz:
— Sí, hermana mía, me esconderé entre la hierba, pero no digas
a nadie dónde me oculto. Me esconderé entre las plantas pequeñas,
pero no reveles dónde estoy. Me esconderé entre los arbustos, pero
tú no digas dónde estoy. Después me ocultaré en las zanjas profun
das, abiertas en la tierra y que conducen al Arali, a los Infiernos.
Su hermana le replicó:
— Si revelo dónde tú te ocultas que tu perro me devore, tu
perro negro, tu perro de pastor, tu hermoso perro, tu perro de
señor: que me devore. Cualquier instrucción que quieras dar, dáse
la a uno de tus camaradas, a un amigo. Yo no puedo ya decir
nada. Además, ¿cómo pueden registrar la estepa desolada? Ojalá
fracasen en descubrir dónde estás y después de que los demonios
hayan registrado toda la estepa, que uno de tus amigos te lo haga
saber.
De pronto, por aquel lugar pasó uno de los pastores. Era amigo
de Dumuzi. Este no pudo por menos que contarle su situación.
Habiéndosela explicado le confesó:
— Amigo, voy a esconderme entre la hierba, me esconderé entre
las plantas pequeñas, también entre los arbustos. Luego incluso bus
caré ocultarme en alguna zanja profunda. Pero, por favor, ¡no digas
a nadie dónde me escondo!
El pastor le respondió con palabras idénticas a las que con
anterioridad había pronunciado Geshtinanna:
— Amigo Dumuzi, confía en mí. En caso de delatarte que tu
perro me devore. N o te haré traición.
Mientras tanto contra Dumuzi avanzaba toda una variada tropa
de demonios. Aquellos seres no conocían la comida, no conocían
la bebida. Desdeñaban la harina esparcida como ofrenda, no be
bían el agua vertida en libación, no aceptaban los agradables rega
los de bienvenida, no llenaban de placer el regazo de una mujer ni
estrechaban en sus brazos a dulces niños. N o hincaban el diente
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