Page 213 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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se hubo perfumado  con  el dulce aceite  de la jarra  de alabastro, se vis­
     tió con el vestido principesco, el vestido de la Reina del cielo, se puso
     su  diadema alrededor  de  la  cabeza, se puso  khol en  sus  ojos, tomó  su
     brillante cetro en la mano, fue en busca de su esposo. Era preciso recon­
     ciliarse  con  él. Y  mucho más  desde  que le había pedido perdón.
        Por  ello  Inanna,  tras  hacerle  saber  que  se  lo  había  concedido,
     accedió  al  ruego  del  esposo,  a  la  petición  del  pastor, y  acudió  al
     redil  en  donde  se  hallaba  Dumuzi, acudió  al puro  refugio  en  don­
     de  la  comida  estaba  ya  dispuesta,  en  donde  el  pan  era  servido  por
     manos  limpias.  Inanna,  no  se  sabe  si  meditando  su  venganza,  acu­
     dió junto  a  su  esposo.




                       EL  SUEÑO  DE  DUMUZI


        Un poema  sumerio,  tipo  «kalkal»,  de  algo  más  de  265  líneas,  conoci­
        do por unas  60 copias, aparte  de  un  intento  de  traducción  al acadio,  se
        centró  en  la  «muerte»  de  DumuÆ La  artificiosidad  del  relato,  en  el
        que  abundan  las  repeticiones  — clara  influencia  de  una  tradición  oral
        anterior—,  es  muy  evidente,  si  bien  desde  un punto  de  vista  teológico
        se  ajustó  al  contexto  del  mito.  La  «muerte»  de  Dumuzi  le fue  anun­
        ciada  mediante  un sueño premonitorio,  que  le sería  interpretado  al pro­
        pio  dios por  su  hermana  Geshtinanna.  Dumuzi, perseguido  por  í 0
        implacables  demonios, hallaría  la muerte en  el refugio al que había acu­
        dido  en  su  desesperada  huida,  después  de  haber andado  errante por  la
        estepa  y por distintas  ciudades.

        La  pena llenó  su  corazón y  se  marchó  a la  estepa. Dumuzi  con
     el  corazón  lleno  de  lágrimas  a  causa  del  presentimiento  sobre  su
     cercana  muerte,  se  marchó  a  la  estepa.  Con  el  corazón  apenado,
     Dumuzi, se  marchó  a la  estepa. Llegado  allí, con su  cayado  sobre  la
     espalda, exhaló  un  lamento:
        — ¡Lamentaos!  ¡Lamentaos, páramos!  ¡Lanza un lamento, estepa,
     llora!  ¡Gritad, mag ales!  ¡Crustáceos del wadi, lamentaos!  ¡Lamentaos,
     ranas  del  wadil  ¡Y  que  mi  madre  eleve  sus  gritos  con  vosotros!


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