Page 209 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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agua,  se  perfumó  con  aceite  dulce,  decidió  ponerse  como  vestido
     exterior  el  gran  vestido  principesco. También  tomó  sus  amuletos
     en  forma  de  hombre-animal, ordenó  bien  las  piedras  del  collar  de
     lapislázuli  sobre  su  cuello  y  cogió  su  cilindro-sello  en  la  mano.
        La joven  dama,  después  de  haberse  acicalado  adecuadamente,  se
     situó detrás  de la puerta, esperando de pie. Estaba realmente hermosa.
        Inhalando  aire y  dando  un  largo  suspiró  al  tiempo  que  sus  ojos
     brillaban  intensamente, al  fin  abrió  la  cancela  de  la puerta  desde  el
     interior. A Dumuzi sólo le cupo empujar la puerta. El pastor la abrió
     de  par  en  par y  como  un  rayo  de  luna  ella, I^jina, se  le  apareció,
     deslumbrante, a sus  ojos. El la miró. Se  alegró  gauchísimo. La tomó
     en  sus  brazos  y  la  besó.
        Luego, penetraron  en  los  aposentos  de  la  casa y  consumaron  el
     matrimonio. Al  día  siguiente  se  celebró  un  magnífico  banquete  de
     bodas. Todos  los  dioses  invitados  degustaron  los  manjares  que  se
     habían dispuesto para celebrar tan fausto acontecimiento: los espon­
     sales  de  dos  divinidades.


        Inanna,  después  de  pasar  varios  días  en  la  casa  de  sus  padres,
     con  Zu-en, el  dios  luna, y  con  Ningal, la  «Gran  señora», se  despi­
     dió  de  ellos  y  se  fue  con  Dumuzi  a  su  nuevo  hogar,  a  la  casa  de
     Dumuzi.
        Llegados  a  ella,  el  pastor  condujo  a  Inanna  a  su  aposento  y  él
     se  encaminó  en  primer lugar a la  capilla  de  su  dios  familiar. En  el
     transcurso de sus sentidos rezos, le dijo con toda humildad a su dios:
        — Oh,  mi  señor,  he  venido  a  casa,  oh  mi  señor,  mi  esposa  me
     acompaña. Que  ella me  dé  en su momento  un hijo. Oh  mi  señor,
     entra  en  ella, entra  en  la  casa. Cuando  hayas penetrado  en  nuestros
     cuerpos, podremos  concebir  a  un  niñito.
        Luego, el pastor Dumuzi salió  del sagrado  recinto  y se  fue jun­
     to  a  su  esposa. Tomándola  de  la  mano  la  llevó  a  la  capilla. Ante  la
     puerta  le  dijo:
        — Esposa mía, oh Inanna, he acudido antes a la capilla de mi dios
     personal  a  orar, a  invocarle  ayuda. Te  he  traído  aquí  también,  aho­
     ra, porque deseo tener un hijo. Dormiremos delante de mi dios per­



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