Page 206 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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naba  con  mi  amiga  por  la  plaza,  al  son  del  tambor, y  ella  bailaba
     conmigo. Nuestras tristes  canciones  eran dulces, me  cantaba dulce­
     mente  y  así  se  iba  pasando  el  tiempo.  ¡Perdí  la  noción  del  tiem­
     po!” Le  puedes  contar  esta  historia  a  tu  madre  como justificación
     por tu tardanza y así nosotros podremos juguetear a la luz de la luna.
     Deja  que  extienda  para  ti  el  asiento  dulce  de  un  príncipe,  déjame
     deshacerte  tu  cabello  y  deja  que  disfrute  contigo.»
        — La excusa, en verdad, me agradó. ¡Era creíble!  Mi madre Nin-
     gal  no  hubiera sospechado  nada, pero  su  petición  de jugar  conmi­
     go no me agradaba. Era todavía doncella. Por eso le reprendí, dicién­
     dole:
        — «Dumuzi, yo  no  soy  una  mujer  de  las  callejuelas. Si  te  he  de
     abrazar  debemos  ser  previamente  marido  y  mujer.  Debes  com­
     prender eso. Los  grandes  dioses no  verían  bien  mi  comportamien­
     to, semejante  a  una  cualquiera.  Debes  proponerme  en  matrimo­
     nio. Debes  lograr  que  nuestros  padres  pacten  el sagrado  lazo.»
        —Debo  creer  que  mis  palabras  fueron  eficaces  y  debo  pensar
     que  Dumuzi  estaba  verdaderamente  enamorado, pues,  sin  mediar
     palabra,  respetándome  en  todo  momento,  comenzamos  a  dirigir­
     nos  a  mi  casa.  Pediría  la  aprobación de  mi  madre y  el  compromi­
     so  se  firmaría  por  ambas  familias.  Recuerdo  que en  aquellos  ins­
     tantes  mis  pensamientos  fueron  éstos:
        — «Quiere parar a la puerta de mi madre. Estoy loca de contento.
     Quiere  parar  a  la  puerta  de  Ningal. Estoy  loca  de  contento.  ¡Oh,
     si  alguien  avisara  a  mi  madre  y  rociara  perfume  de  cedro  sobre  el
     suelo!  ¡Oh, si  alguien  avisara  a  Ningal  y  rociara  perfume  de  cedro
     sobre  el suelo!  Guando lleguemos a  mi  casa, cuya fragancia  es  dul­
     ce, las  palabras  de  mi  madre  ante  la  noticia  serán de  alegría.»
        —Luego,  mientras  nos  dirigíamos  a  mi  casa,  no  pude  menos
     que  decirle  a  Dumuzi:
        — «Dumuzi,  mi  señor,  eres  digno  en  verdad  de  abrazarte.
     ¡Amaushumgalanna,  que  vas  a  ser  hijo  político  de  Zu-en,  el  dios
     luna!  ¡Señor Dumuzi, eres  digno  de abrazarte!  Mi señor, tus rique­
     zas  son  dulces,  tus  hierbas  en  la  estepa  son  dulces,  todas  son  dul­
     ces.  ¡Dulces  serán  tus  caricias!»


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