Page 208 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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enviar  un  mensajero  al  hacendado,  el  labrador,  para  que  éste  me
    obsequie  con  miel  y  vino.  Dejadme  enviar  un  mensajero  al  caza­
    dor de aves que tiene sus redes tendidas. Dejadme enviarle un men­
    sajero  para  que  me  obsequie  con  selectos  pájaros. Y   al  pescador
    dejadme  que  le  envíe  un  mensajero  a  su  cabaña  de juncos  para
    que  el  amigo  pescador me  obsequie  con  sus  preciosas  carpas.

       Pasado algún tiempo, los amigos del novio, tomando  el día libre,
    pues  la  ocasión  lo  requería,  llegaron  a  la  casa  de  Inanna.  El  caza­
    dor de  aves  trajo  pájaros  escogidos, el pescador  trajo  preciosas  car­
    pas, las llevó  en  un  cesto. El pastor, por su  parte, cargaba  cubos  de
    mantequilla  en  sus manos, Dumuzi  cargaba  cubos  de  leche  colga­
    dos  de  sus  hombros, mantequilla y  quesos  pequeños  cargaba  sobre
    uno  de  sus  hombros, leche  batida,mezclada  con  hierbas  las  carga­
    ba  en recipientes  colgados  del otro. El pastor Dumuzi, llegado  ante
    la  puerta, llamó  a  la  casa. Dumuzi  puso  la  mano  sobre  la puerta y
    exclamó:
       — ¡Apresúrate  en  abrir la  casa, mi  Señora, apresúrate  en  abrirla!
       Inanna no había abierto la puerta, pues todavía no se hallaba pre­
   parad a  para  recibir  a  nadie.  Su  madre,  al  percatarse  de  los  movi­
    mientos  de  su  hija, acudió junto  a  ella, que  de  pie  y  muy  nervio­
    sa  estaba  oyendo  las  palabras  de  Dumuzi. Acercándose  le  comenzó
    a  hablar:
       — Hija mía, realmente ahora tú eres ya su esposa y él es tu espo­
    so.  Realmente  tu  serás  su  mujer. Eres  su  esposa. Y   él  es  tu  esposo.
    En  verdad,  tu  madre, yo, soy  ahora  sólo  una  extraña. Respetarás  a
    su madre como si fuera yo, tu madre. A su padre lo respetarás como
    si  fuera  tu  padre.
       Mientras  Ningal  le  estaba  indicando  cuál  iba  a  ser  su  situación
    de entonces en adelante, desde  afuera, Dumuzi se impacientaba por
    entrar.
       — ¡Apresúrate  a  abrir  la  casa,  mi  Señora,  apresúrate  a  abrirla!
    — exclamaba  insistentemente.
       Inanna  no  hizo  caso  a  la  petición  de  Dumuzi:  no  le  abrió  la
    puerta.  Es  más,  siguiendo  los  consejos  de  su  madre,  se  bañó  con


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