Page 203 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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También  estaba  Sirru  del  desierto  ventoso, ser  sin  familia, sin  ami­
     gos, un verdadero  solitario. La  diosa  entró  en  la  taberna  de  Bilulu,
     en  la  eshdamma.  Se  sentó  y  articuló  su  decisión  fatal:
        — ¡Sí!  ¡Te  mataré, Bilulu!  Aboliré  tu  nombre. Te  convertirás  en
     un  odre  de  agua  fresca, un  objeto  indispensable  para  caminar  por
     el  desierto. Al  mismo  tiempo  tu  hijo  Girgire  se  convertirá  en  el
     demonio  y en  el  espíritu  de la  estepa, en su  utukku y  en su  lamma.
     Y   Sirru,  venido  del  desierto  ventoso,  hijo  de  nadie  y  amigo  de
     ninguno, frecuentará  la  estepa,  en  busca  de  harina. Y  cada  vez  que
     por el alma de mi joven Dumuzi se vierta agua en libación, se espar­
     cirá  harina. El  demonio  y  el  espíritu  de  la  estepa  gritarán: «¡Verted
     todavía  más!  ¡Esparcid  todavía  más!»  De  esta  suerte  se  le  hará vol­
     ver  a  la  estepa, allí  en  donde  había  desaparecido. Así  se  hará  venir
     a Dumuzi a la estepa, en donde  había  desaparecido. ¡Y Bilulu, con­
     vertida  en  odre, le  calmará  su  sed, le  apaciguará  el  corazón!
        Y así  ocurrió. Inanna ejecutó su plan  en aquel día. Bilulu se con­
     virtió  en  odre  de  agua  fresca, indispensable  en  el  desierto. Al  mismo
     tiempo  su hijo  Girgire  se  convirtió  en  el  utukku y  en  el  lamma de la
     estepa. Sirru, del  desierto  ventoso,  hijo  de  nadie  y  amigo  de  ningu­
     no, se puso  a  recorrer, por su parte, la  estepa  en búsqueda  de  harina.
        Y   cada  vez  que  por  el  alma  de  aquel joven  Dumuzi  se  vertía
     agua  en  libación  y  se  esparcía  harina,  Girgire  — el  demonio  y  el
     espíritu de la estepa—  gritaba: «¡Verted todavía más!  ¡Esparcid toda­
     vía  más!» Así  se  hacía  regresar  a  Dumuzi  a  la  estepa, allí  en  donde
     había  desaparecido. Y Bilulu, convertida  en  odre, le  calmaba  la  sed,
     le  apaciguaba  el  dolor  del  corazón.
        Tras  ello,  Inanna  puso  su  mano  sobre  el  yacente  Dumuzi.  No
     se  la  podía  consolar  a  pesar  de  haberle  hecho  más  agradable  su
     lugar  de  reposo  a  Dumuzi.
       Pero he aquí que un francolín, sometido  en vida a las  órdenes de
     Dumuzi, su señor, se presentó y tuvo un discurso fúnebre, lamentando
     la pérdida del esposo  de  Inanna. Junto  a  Inanna se  hallaban este ani­
     mal, la  madre  de  Dumuzi, Sirtur, y  su  hermana  Geshtinanna.
       El francolín, cual  una paloma  en  su  nido, meditaba  a la vista  de
     Dumuzi. De  vuelta  a  su  refugio  el  ave  siguió  cavilando:


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