Page 205 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Dos jóvenes  dioses  se  enamoraron  un  día.  Inanna  y  Dumuzi  se
      enamoraron  después  de  haber  sido  creado  el  mundo, los  hombres,
      los  animales  y  las plantas.
         Se  enamoraron  un  día  cualquiera.  Inanna  había  dejado  pasar las
      horas  de  aquel  día  y  deseaba  en  lo  más  profundo  de  su  corazón
      que  se  hiciera  de  noche  para  que  Dumuzi, después  de  terminar su
      día  de  trabajo,  acudiera junto  a  ella.  He  aquí  cómo  Inanna  recor­
      daba  todo  lo  que  había  sucedido. La  diosa, hablando  consigo  mis­
      ma, se  decía:
         — Yo, siendo  una  señora, habiendo  dejado  pasar las  horas  desde
      ayer, yo, que soy Inanna, habiendo  dejfg^g pasar las horas desde ayer,
      habiendo  bailado, cantado  cancioncillasi todo  el  día  hasta  la  noche,
      he  aquí  que  al  fin  se  encontró  conmigo.  ¡Sí!  Mi  enamorado  se
      encontró  conmigo.  El  señor,  el  semejante  a An,  el  dios  del  cielo,
      me vino a ver. El señor tomó mi mano entre las suyas. Amaushum­
      galanna  puso  su  brazo  alrededor  de  mis  hombros  y  me  dijo:
         — «Hermosa  Inanna,  déjame  que  te  acaricie,  que  conozca  tu
      amor.  Desde  ayer,  cuando  te  conocí  y  tu  hermosura  me  prendó,
      apenas  he  vivido.  Las  horas  de  trabajo  allá  en  el  redil  han  pasado
      fatigosamente.  ¡Deseo  tu  amor!»
         —Yo, en  verdad —se  decía  Inanna— , que  soy joven y  doncella,
      no  quería  entregar  mi  amor  a  un  enamorado  tan  impetuoso  y  a
      quien  había  conocido  hacía  tan  sólo  unas  horas. Por  eso  le  dije
         — «Escucha, toro salvaje. Déjame ir, deja  que me vaya a mi  casa.
      Semejante  a  Enlil,  el  dios  de  los  destinos,  déjame  ir,  deja  que  me
      vaya a casa. ¿Qué le contaría a mi madre si llego tarde? ¿Qué le con­
      taría  a  Ningal, la “ Gran  señora” ?»
         Yo no  quería hacer el amor con Dumuzi — rememoraba la dio­
      sa— , pero tampoco quería perderle. N o podía rechazarlo con dema­
      siada severidad. En  tal sentido  le  había pedido  que  me  dejara  mar­
      char  a  mi  casa  a  una  hora  prudente.  Pero  Dumuzi  me  respondió
      diciendo  que me  enseñaría excusas para contarle a mi madre si lle­
      gaba  tarde. Me  dijo  riéndose:
         — «Inanna, déjame  enseñarte  algunas  de  las  historias  que  cuen­
      tan  las  mujeres. Así  se  la  contarás  ésta  a  tu  madre. Le  dirás: “ Cami­


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