Page 466 - El nuevo zar
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ellas también se habían sumado. «Revuelta en Rusia —cantaban—,
existimos.»
Al principio, las autoridades no parecían prestarle demasiada atención al
grupo. Era frecuente que las intérpretes fueran detenidas e interrogadas, pero
se cuidaban de dar nombres falsos y, en general, quedaban en libertad a las
pocas horas. Sus vídeos, no obstante, recorrían el mundo virtual, donde el
movimiento de protesta de Rusia ahora tenía mayor fuerza. Las protestas del
grupo e incluso su nombre —traducido al inglés porque la expresión
equivalente en ruso hubiera sonado aún más vulgar— combinaban
perfectamente con el humor insurreccional que de alguna forma había
sobrevivido al invierno y se prolongaba en el nuevo año y la temporada de
elecciones presidenciales. Los cimientos del Kremlin parecían temblar ante
esto. Pese a todas las expectativas, había un destello de esperanza de que de
algún modo las protestas pudieran frustrar la reelección segura de Putin en
marzo.
«Está menos jactancioso ahora», dijo Henry Kissinger al poco tiempo de
reunirse con Putin en Moscú en enero de 2012, mientras las protestas
continuaban.[2] El anciano estadista de la realpolitik se había reunido
regularmente con Putin desde el momento mismo de la llegada de este al
poder. Putin recordaba con admiración el primer encuentro entre ellos, cuando
recogió a Kissinger del aeropuerto en San Petersburgo en la década de 1990 y
el hombre mayor lo halagó diciéndole: «Todas las personas respetables
comenzaron en inteligencia». Putin consideraba a Kissinger un consejero de
confianza, un consejero que lo respetaba a él y a los intereses de Rusia, sea
cual fuere la situación cambiante de las relaciones con Estados Unidos.
Kissinger, el viejo «guerrero frío» que desde hacía tiempo abogaba por una
cooperación más profunda con Rusia, lo correspondía en admiración. «Putin
no es un Stalin que se siente obligado a destruir a cualquiera que pueda,
potencialmente en algún futuro, discrepar con él —había dicho una vez—.
Putin es alguien que desea amasar el poder necesario para cumplir con su
tarea inmediata.»[3] Con el inicio de la campaña de reelección de Putin, la
tarea inmediata era, de alguna forma, contener las protestas callejeras. Y
Kissinger percibía que la resolución de Putin —su seguridad usualmente de