Page 467 - El nuevo zar
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acero— había menguado al menos un poco.

                    El Kremlin, todavía encabezado nominalmente por Dmitri Medvédev, en
               un inicio ofreció concesiones para apaciguar el enfado de los disidentes. Eso
               incluyó  el  restablecimiento  de  las  elecciones  regionales  que  Putin  había

               abolido en 2004 y una atenuación en las restricciones para la formación de
               partidos  políticos  nuevos,  así  como  asegurar  un  lugar  en  la  papeleta
               presidencial.  Incluso  la  Iglesia  ortodoxa  apelaba  al  Gobierno  para  que

               atendiera  las  reivindicaciones  de  los  que  estaban  en  las  calles.  En  una
               entrevista  en  la  televisión  estatal  durante  las  navidades  ortodoxas,  el  7  de
               enero, el líder de la Iglesia, el patriarca Cirilo, dijo que tomar medidas contra

               los  manifestantes  sería  tan  poco  atinado  como  las  represiones  de  la  era
               soviética.  Era  una  declaración  inquietante,  sobre  todo  viniendo  de  una
               institución que se había aliado tan estrechamente con las autoridades.[4] Otros

               líderes  eclesiásticos  comenzaron  a  hacerse  eco  de  simpatías  similares  y
               ofrecieron mediar entre el Gobierno y los manifestantes.

                    Luego, de repente, el tono de la Iglesia cambió. Menos de un mes más

               tarde, Putin convocó a los líderes de todas las religiones del país —ortodoxa,
               judía,  budista,  musulmana,  católica  romana,  católica  armenia,  incluso  a  los
               adventistas del Séptimo Día, una fe evangélica que carecía de reconocimiento

               o apoyo oficial— en el monasterio de Danilov en Moscú. Cirilo, que hacía de
               anfitrión,  ahora  prodigaba  elogios  a  Putin,  seguido  de  los  otros  clérigos,
               rabinos, lamas y muftíes. Cirilo recordó las dificultades de la década de 1990,

               antes de que Putin apareciera en escena, y comparó esa época con el Período
               Tumultuoso a fines del siglo XVII, la invasión de Napoleón en 1812 y la de

               Hitler  en  1941.  «¿Qué  fue  la  década  de  2000,  entonces?  —dijo—.  Por  un
               milagro  de  Dios,  con  la  participación  activa  de  la  dirigencia  del  país,
               logramos  terminar  con  esa  crisis  horrible  y  sistémica.»  Luego  se  dirigió

               directamente  a  Putin  para  agradecerle  por  el  «enorme  rol»  que  había
               desempeñado al corregir «ese retorcido giro de nuestra historia».[5]

                    El apoyo de la Iglesia a Putin, un creyente ostentoso si no profundamente

               devoto, no era sorprendente, pero, en una nación laica con una Constitución
               que separaba formalmente la Iglesia del Estado, el despliegue coreográfico de
               lealtad  a  Putin  en  el  momento  más  alto  de  la  turbulenta  temporada  de

               elecciones provocó indignación, como la protesta de Pussy Riot en la iglesia
               de  Cristo  Salvador.  Hubo  rumores  de  que  el  Kremlin  había  presionado  al
               patriarca  y  a  los  otros  para  que  aparecieran  con  Putin.  Pronto  salieron
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