Page 472 - El nuevo zar
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Las protestas continuaron durante las semanas y meses siguientes, pero el
               ímpetu  disminuía  con  cada  una.  Muchos  rusos  deseaban  poner  fin  a  un
               sistema que se había vuelto profundamente cínico y corrupto, pero solo muy
               pocos,  incluso  entre  los  más  ardientes  críticos  de  Putin,  querían  una

               revolución, que era lo que se requeriría para forzar un cambio. En el punto
               álgido de esas protestas, uno de los estrategas políticos del Kremlin, Serguéi

               Márkov,  había  comparado  a  los  manifestantes  con  niños  malcriados  que
               pedían un juguete y, al Kremlin, con un padre frustrado pero firme. «No es
               correcto salir a comprarle un juguete al niño —dijo—, sino distraerlo con otra
               cosa.»[7]






               Por  allá  en  febrero,  cuando  llegó  a  la  catedral  de  Cristo  Salvador  para  la

               performance  de  Pussy  Riot,  la  guitarrista  Yekaterina  Samustévich  percibió
               que  algo  había  salido  mal  en  su  plan  clandestino.  Ya  había  hombres  con
               videocámaras en la iglesia. Los guardias reaccionaron con tanta rapidez que

               parecía  que  hubieran  estado  esperando  a  que  llegaran.  Yekaterina  —Katia,
               para sus amigos— sospechaba que había habido una filtración de información
               por  parte  de  uno  de  los  camarógrafos  que  habían  llevado  para  registrar  su

               performance. O quizás el FSB había empezado a vigilarlas cuando sus vídeos
               comenzaron a viralizarse con el movimiento de protesta. Cuando se fueron de
               la  iglesia,  también  había  periodistas  esperándolas  afuera.[8]  Nunca  lo  supo

               con  seguridad,  pero  quizás  había  sido  una  trampa  desde  el  principio.  De
               cualquier  forma,  estaba  claro  que  las  autoridades  habían  comenzado  a
               interesarse por sus puestas en escena y querían darles un final.


                    El  día  después  de  que  circulara  el  vídeo,  el  portavoz  de  la  iglesia,  el
               arzobispo Vsévelod Chaplin, lo condenó como un pecado mortal, un crimen
               contra  Dios.  Los  fiscales  anunciaron  de  inmediato  que  habían  iniciado  una

               investigación,  y  fue  solo  cuestión  de  tiempo  que  la  fuerza  arrolladora  del
               Estado cayera de pleno sobre Pussy Riot. El día anterior a la reelección de
               Putin, la policía arrestó a tres mujeres y a un hombre; al día siguiente, dos

               mujeres más fueron arrestadas. La policía,  todavía  indecisa  respecto  de  las
               identidades del grupo, liberó a cuatro de ellas, pero había encontrado a dos de
               las integrantes que habían estado en la catedral ese día en febrero: Nadezda

               Tolokónikova y María Aliójina. Katia fue arrestada dos semanas después, el
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