Page 469 - El nuevo zar
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llegada de un nuevo embajador estadounidense, Michael McFaul, y una
reunión poco oportuna con los líderes de la oposición en su segundo día en la
embajada fue carne de cañón para la televisión estatal, que retrataba a los
disidentes como una incursión extranjera. La oposición buscaba confrontar,
diría Putin a finales de mes, incluso hasta el punto de cometer asesinatos.
«Conozco eso», dijo, haciendo alusión a la defensa que había circulado
primero, tras las muertes de Ana Politkóvskaia y Aleksandr Litvinenko, y
empleando el lenguaje que había empleado alguna vez contra los rebeldes en
Chechenia. «Buscan a una víctima intocable incluso, alguien famoso. Lo van
a excretar, si me perdonan la expresión, y luego culparán al Gobierno.»[6] El
día anterior, la cadena de televisión estatal Canal Uno había revelado arrestos
de hacía semanas de dos sospechosos en Ucrania, que supuestamente habían
estado tramando asesinar a Putin o quizás a otros altos funcionarios, y habían
hecho explotar sus caravanas en Moscú. Con la cercanía de las elecciones, la
diyuntiva ante la que se encontraban los rusos parecía final y existencial,
como se suponía que fuera: Putin o el abismo.
Al igual que en las elecciones anteriores, Putin no hizo campaña de forma
directa, pero sus funciones oficiales comenzaron a tener un tinte cada vez más
abiertamente militar. En enero, en el aniversario del levantamiento del asedio
de Leningrado, visitó el cementerio donde una organización de investigación
había establecido que su hermano, Víktor, había sido enterrado durante la
guerra. Días después visitó a los científicos en el centro Sarov (donde se hace
todo el polonio 210 del mundo), y prometió equipar a diez nuevos
regimientos con nuevos misiles capaces de ser lanzados profundamente
dentro de Europa. En febrero, realizó su único mitin político en Luzhnikí
durante el festivo del antiguo Ejército Rojo, ahora renombrado «Día de los
Defensores de la Patria». Los canales estatales informaron de una asistencia
de ciento treinta mil personas, aunque la capacidad del estadio era de solo
ochenta mil, y muchos de los asistentes eran empleados del Gobierno, algunos
traídos en autobús desde ciudades alejadas. Lo único que importaba era el
panorama que mostraban una y otra vez las pantallas de televisión de la
nación. Putin avanzó hasta la plataforma de alfombra azul ubicada en la mitad
del campo, vestido con una parca negra para protegerse de una nieve suave y
sosteniendo un micrófono. Solo, en el centro de un mar de banderas y
carteles, comenzó con cierta incomodidad. «¿Amamos a Rusia?», gritó.
Mientras daba vueltas por el escenario, pareció llenarse de furia. Imploró a la