Page 473 - El nuevo zar
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16  de  marzo.  Fueron  acusadas  no  de  vandalismo,  una  ofensa  menor  que
               normalmente no aseguraría más que una multa, sino de vandalismo llevado a
               cabo por un grupo organizado, motivado por odio religioso, un signo ominoso
               de  la  intención  por  parte  del  Gobierno  de  sentar  un  precedente  del  castigo

               correspondiente a acciones como las suyas. La acusación que siguió las hacía
               responsables  de  socavar  «los  cimientos  espirituales»  no  solo  de  la  Iglesia,

               sino  también  «del  Estado».  La  condena  podía  ser  de  hasta  siete  años  de
               prisión. Las integrantes de Pussy Riot habían querido llamar la atención sobre
               la comunión de la Iglesia y el Estado, y estaban a punto de descubrir cuánta
               razón tenían. Las tres fueron detenidas sin fianza a pesar del hecho de que

               Nadezda y María eran, ambas, madres de niños pequeños.

                    Los arrestos y la gravedad de las acusaciones provocaron una renovada
               indignación,  ahora  infundida  de  consternación  por  la  incapacidad  de  las

               protestas para lograr algo más que opacar la fácil victoria electoral de Putin.
               Las tres mujeres se convirtieron en celebridades internacionales, admiradas

               por  desafiar  a  un  régimen  autoritario.  Amnistía  Internacional  las  declaró
               presas  de  conciencia,  mientras  que  músicos  destacados  —Faith  No  More,
               Madonna,  Pete  Townshend,  Paul  McCartney—  defendieron  su  causa.  En
               Rusia, sin embargo, su destino resultó ser mucho más complicado: su protesta

               dividió  a  la  ya  fracturada  oposición  y,  con  la  connivencia  jubilosa  del
               Kremlin, lo hicieron todo por desacreditarlas, sobre todo a los ojos del gran

               público. Alekséi Navalni, mal visto por los liberales debido a algunas de sus
               visiones  nacionalistas,  condenó  la  detención  de  las  mujeres,  pero  llamó
               «idiota» su puesta en escena. «No me gustaría, por decirlo suavemente, que al
               momento  de  estar  en  la  iglesia,  unas  chicas  alocadas  se  abalanzaran  y

               comenzaran a correr alrededor del altar», escribió en su blog.[9] En lugar de
               provocar  un  debate  sobre  política,  como  era  la  intención,  el  caso  avivó  la

               guerra  de  culturas  dentro  de  la  sociedad  en  una  forma  que,  en  última
               instancia,  favoreció  a  Putin.  La  Iglesia  era  una  de  las  instituciones  más
               respetadas en Rusia, a la par de la presidencia misma. Más del 70 % de los

               rusos se identificaba como ortodoxo, a pesar de que muchos ejercieran su fe
               con liviandad y rara vez la practicaran o asistieran a la iglesia.

                    «Una  plegaria  punk»  fue  contraproducente.  Congregó  a  los  fieles  a
               defender a la Iglesia, pese a los escándalos sobre su corrupción y conducta

               mercantilista.  Creer  era  ser  patriótico.  Ser  patriótico  era  creer.  En  abril,  el
               domingo después de Pascua, decenas de miles acataron una convocatoria del
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