Page 114 - Cómo hacer que te pasen cosas buenas: Entiende tu cerebro, gestiona tus emociones, mejora tu vida (Spanish Edition)
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Cuando acude a mi consulta, como decía, han pasado ocho años desde la
                 separación.  Viene  acompañada  de  su  hija  mayor,  de  veintisiete  años,
                 residente de Medicina en un hospital de Madrid. Me comenta que su madre
                 no ha vuelto a ser la que era y que, a pesar de los años, no ha recuperado
                 la  ilusión  por  nada.  Me  explica  que  siempre  tiene  un  comentario  negativo
                 para todo el mundo, juzga a todos con dureza y su mirada hacia el exterior
                 es  de  desprecio.  Niega  estar  triste  o  deprimida  y  únicamente  habla  para
                 criticar  o  juzgar  a  otros.  Se  fija  en  los  detalles  más  nimios  y  todo  es
                 mejorable en su entorno. Va a ser abuela en pocos meses y sus hijos están
                 preocupados por su actitud.
                    Cuando hablo con Emilia me encuentro con una mujer «enfadada con la
                 vida». Desde el primer instante se queja del clima, del tráfico en Madrid y de
                 que sus hijos son muy demandantes. Durante la hora que dura la entrevista,
                 no consigo que me hable bien de nada ni nadie. Le pregunto por su casa en
                 la playa —la hija me cuenta que es un lugar precioso y muy agradable— y
                 me  comenta  que  se  acumula  mucho  polvo  durante  el  año  y  que  ya  no
                 disfruta yendo en verano.
                    Al preguntar por su hija, la que va a ser madre, me dice:
                    —Que no cuente conmigo para ayudarle cuando nazca, yo ya le dije que
                 era muy joven para tener hijos ahora.
                    La hija que la acompaña a la consulta me confirma que estuvo deprimida
                 de verdad —lloraba a todas horas y se pasaba días en la cama—, pero que
                 lo que ahora prima en su conducta son las quejas constantes.
                    Le explico a Emilia la importancia de volver a mirar su realidad con otros
                 ojos. Me contempla sorprendida. Afirma sin titubear:
                    —Soy completamente objetiva.
                    Le insisto en que la felicidad depende de la interpretación que uno hace
                 de su realidad. Le hago su cuadro de personalidad de felicidad y creencias y
                 le explico que se ha asentado en un rol donde la crítica y el juicio reinan por
                 doquier.  Es  incapaz  de  visualizar  las  cosas  buenas  o  mirar  su  entorno  con
                 asombro, compasión y delicadeza.
                    Comenzamos  una  terapia  que  duró  diez  meses.  Le  ayudé  a  superar  las
                 heridas del pasado, a no odiar tanto el presente y a ser capaz de ilusionarse
                 con  el  futuro.  No  fue  fácil,  pero  hoy  es  consciente  de  que  su  problema
                 radicaba en cómo interpretaba su realidad. Su capacidad de atención, como
                 ella misma definía, «estaba infectada».



                 El optimista te mira a los ojos, habla de corazón a corazón; el pesimista mira el suelo,
              encoge los hombros y se olvida de comunicar con el corazón.
                 Fija tu atención. Busca concentrarte






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