Page 127 - El Hobbit
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el pequeño bote negro que se acercaba arrastrado por la corriente. —¡Socorro!
—gritó, y Balin aferró el bote antes de que se deslizase aguas abajo.
—Estaba atado, después de todo —dijo, mirando la hamaca rota que aún
colgaba del bote—. Fue un buen tirón, muchachos; y suerte que nuestra cuerda
era la más resistente.
—¿Quién cruzará primero? —preguntó Bilbo.
—Yo —dijo Thorin—, y tú vendrás conmigo, y Fili y Balin. No cabemos más
en el bote. Luego, Kili, Oin, Gloin y Dori. Seguirán Ori y Nori, Bifur y Bofur, y
por último Dwalin y Bombur.
—Soy siempre el último, y no me gusta —dijo Bombur—. Hoy le toca a otro.
—No tendrías que estar tan gordo. Tal como eres, tienes que cruzar el último
y con la carga más ligera. No empieces a quejarte de las órdenes, o lo pasarás
mal.
—No hay remos. ¿Cómo impulsaremos el bote hasta la otra orilla? —
preguntó Bilbo.
—Dadme otro trozo de cuerda y otro gancho —dijo Fili, y cuando se los
trajeron, arrojó el gancho hacia la oscuridad, tan alto como pudo; como no cayó,
supusieron que se había enganchado en las ramas—. Ahora subid —dijo Fili—.
Que uno de vosotros tire de la cuerda sujeta al árbol. Otro tendrá que sujetar el
gancho que utilizamos al principio, y cuando estemos seguros en la otra orilla,
puede engancharlo y traer el bote de vuelta.
De este modo pronto estuvieron todos a salvo en la orilla opuesta, al borde del
arroyo encantado. Dwalin acababa de salir aprisa, con la cuerda enrollada en el
brazo, y Bombur (refunfuñando aún) se aprestaba a seguirlo cuando algo malo
ocurrió. Sendero adelante hubo un ruido como de pezuñas raudas. De repente, de
la lobreguez, salió un ciervo volador. Cargó sobre los enanos y los derribó, y
enseguida se encogió para saltar. Pasó por encima del agua con un poderoso
brinco, pero no llegó indemne a la orilla. Thorin había sido el único que aún se
mantenía en pie y alerta. Tan pronto como llegaron a tierra había preparado el
arco y había puesto una flecha, por si de pronto aparecía el guardián del bote.
Disparó rápido contra la bestia, que se derrumbó al llegar a la otra orilla. Las
sombras la devoraron, pero oyeron un sonido entrecortado de pezuñas que al fin
se extinguió.
Antes que pudieran alabar este tiro certero, un horrible gemido de Bilbo hizo
que todos olvidaran la carne de venado. —¡Bombur ha caído! ¡Bombur se ahoga!
—gritó. No era más que la verdad. Bombur sólo tenía un pie en tierra cuando el
ciervo se adelantó y saltó sobre él. Había tropezado, impulsando el bote hacia
atrás y perdiendo el equilibrio, y las manos le resbalaron por las raíces limosas
de la orilla, mientras el bote desaparecía girando lentamente.
Aún alcanzaron a ver el capuchón de Bombur sobre el agua, cuando llegaron
corriendo a la orilla. Le echaron rápidamente una cuerda con un gancho. La