Page 129 - El Hobbit
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días siguientes. Habían cruzado el arroyo encantado, pero más allá el sendero
      parecía serpear igual que antes, y en el bosque no advirtieron cambio alguno. Si
      sólo hubiesen sabido un poco más de él, y hubiesen considerado el significado de
      la cacería y del ciervo blanco que se les había aparecido en el camino, habrían
      podido reconocer que iban al fin hacia el linde este, y que si hubiesen conservado
      el  valor  y  las  esperanzas,  pronto  habrían  llegado  a  sitios  donde  la  luz  del  sol
      brillaba de nuevo y los árboles eran más ralos.
        Pero no lo sabían, y estaban cargados con el pesado cuerpo de Bombur, al
      que  transportaban  como  mejor  podían,  turnándose  de  cuatro  en  cuatro  en  la
      fatigosa tarea, mientras los demás se repartían los bultos. Si éstos no se hubieran
      aligerado en las últimas jornadas, nunca lo habrían conseguido, pero el sonriente
      y soñador Bombur era un pobre substituto de las mochilas cargadas de comida,
      pesasen lo que pesasen. Pocos días más y no les quedó prácticamente nada que
      comer o beber. Nada apetitoso parecía crecer en el bosque; sólo hongos y hierbas
      de hojas pálidas y olor desagradable.
        Cuatro  días  después  del  arroyo  encantado,  llegaron  a  un  sitio  del  bosque
      poblado  de  hayas.  En  un  primer  momento  les  alegró  el  cambio,  pues  aquí  no
      crecían malezas y las sombras no eran tan profundas. Había una luz verdosa a
      ambos  lados  del  sendero,  pero  el  resplandor  sólo  revelaba  unas  hileras
      interminables  de  troncos  rectos  y  grises,  como  pilares  de  un  vasto  salón
      crepuscular. Había un soplo de aire y se oía un viento, pero el sonido era triste.
      Unas hojas secas cayeron recordándoles que fuera llegaba el otoño. Arrastraban
      los pies por entre las hojas muertas de otros otoños incontables, que en montones
      llegaban al sendero desde la alfombra granate del bosque.
        Bombur dormía aún, y ellos estaban muy cansados. A veces oían una risa
      inquietante,  y  a  veces  también  un  canto  a  lo  lejos.  La  risa  era  risa  de  voces
      armoniosas,  no  de  trasgos,  y  el  canto  era  hermoso,  pero  sonaba  misterioso  y
      extraño, y en vez de sentirse reconfortados, se dieron prisa por dejar aquellos
      parajes con las fuerzas que les restaban.
        Dos días más tarde descubrieron que el sendero descendía, y antes de mucho
      tiempo salieron a un valle en el que crecían unos grandes robles.
        —¿Es  que  nunca  ha  de  terminar  este  bosque  maldito?  —dijo  Thorin—.
      Alguien tiene que trepar a un árbol y ver si puede sacar la cabeza por el tejado y
      echar  un  vistazo  alrededor.  Hay  que  escoger  el  árbol  más  alto  que  se  incline
      sobre el sendero.
        Por supuesto, « alguien»  quería decir Bilbo. Lo eligieron porque para que el
      intento sirviera de algo, quien trepase necesitaría sacar la cabeza por entre las
      hojas más altas, y por tanto tenía que ser liviano para que las ramas delgadas
      pudieran sostenerlo.
        El  pobre  señor  Bolsón  nunca  había  tenido  mucha  práctica  en  trepar  a  los
      árboles, pero los otros lo alzaron hasta las ramas más bajas de un roble enorme
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