Page 134 - El Hobbit
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Luego de mucho arrastrarse y gatear miraron escondidos detrás de unos troncos
      y vieron un claro con algunos árboles caídos y un terreno llano. Había mucha
      gente  allí,  de  aspecto  élfico,  vestidos  todos  de  castaño  y  verde  y  sentados  en
      círculo sobre cepos de árboles talados. Una hoguera ardía en el centro y había
      antorchas  encendidas  sujetas  a  los  árboles  de  alrededor;  pero  la  visión  más
      espléndida era la gente que comía, bebía y reía alborozada.
        El olor de las carnes asadas era tan atractivo que sin consultarse entre ellos
      todos se pusieron de pie y corrieron hacia el círculo con la única idea de pedir un
      poco de comida. Tan pronto como el primero dio un paso dentro del claro, todas
      las luces se apagaron como por arte de magia. Alguien pisoteó la hoguera, que
      desapareció  en  cohetes  de  chispas  rutilantes.  Estaban  perdidos  ahora  en  la
      oscuridad más negra, y ni siquiera consiguieron agruparse, al menos durante un
      buen rato. Por fin, luego de haber corrido frenéticamente a ciegas, golpeando
      con estrépito los árboles, tropezando en los troncos caídos, gritando y llamando
      hasta  haber  despertado  sin  duda  a  todo  el  bosque  en  millas  a  la  redonda,
      consiguieron juntarse en montón y se contaron unos a otros. Por supuesto, en ese
      entonces habían olvidado por completo en qué dirección quedaba el sendero, y
      estaban irremisiblemente extraviados, por lo menos hasta la mañana.
        No  podían  hacer  otra  cosa  que  instalarse  para  pasar  la  noche  allí  donde
      estaban; ni siquiera se atrevieron a buscar en el suelo unos restos de comida por
      temor a separarse otra vez. Pero no llevaban mucho tiempo echados, y Bilbo sólo
      estaba  adormecido,  cuando  Dori,  a  quien  le  había  tocado  el  primer  turno  de
      guardia, dijo con un fuerte susurro:
        —Las luces aparecen de nuevo allá, y ahora son más numerosas.
        Todos  se  incorporaron  de  un  salto.  Allá,  sin  ninguna  duda,  parpadeaban  no
      muy lejos unas luces y se oían claramente voces y risas. Se arrastraron hacia
      ellas,  en  fila,  cada  uno  tocando  la  espalda  del  que  iba  delante.  Cuando  se
      acercaron, Thorin dijo: —¡Que nadie se apresure ahora! ¡Que ninguno se deje
      ver hasta que yo lo diga! Enviaré primero al señor Bolsón para que les hable. No
      los asustará. —« ¿Y qué me pasará a mí?» , pensó Bilbo.— Y de todos modos, no
      creo que le hagan nada malo.
        Cuando llegaron al borde del círculo de luz, empujaron de repente a Bilbo por
      detrás.  Antes  que  tuviera  tiempo  de  ponerse  el  anillo,  Bilbo  avanzó
      tambaleándose  a  la  luz  del  fuego  y  las  antorchas.  De  nada  sirvió.  Otra  vez  se
      apagaron las luces y cayó la oscuridad.
        Si había sido difícil reunirse antes, ahora fue mucho peor. Y no podían dar con
      el hobbit. Todas las veces que contaron, eran siempre trece. Gritaron y llamaron:
      —¡Bilbo Bolsón! ¡Hobbit! ¡Tú, maldito hobbit! ¡Eh, hobbit malhadado! ¿Dónde
      estás? —y otras cosas por el estilo, pero no hubo respuesta.
        Iban a abandonar toda esperanza cuando Dori dio con él por casualidad. Cayó
      sobre lo que creyó un tronco y se encontró con que era el hobbit acurrucado y
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