Page 135 - El Hobbit
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profundamente  dormido.  Después  de  mucho  zarandearlo,  consiguieron  que
      despertase, y Bilbo no pareció muy contento.
        —Tenía  un  sueño  tan  maravilloso  —gruñó—,  todos  participando  de  la  más
      espléndida cena.
        —¡Cielos!,  está  como  Bombur  —dijeron—.  No  nos  hables  de  cenas.  Las
      cenas soñadas de nada sirven y no podemos compartirlas.
        —No hay nada mejor a mi alcance en este desagradable lugar —murmuró
      Bilbo,  mientras  se  echaba  otra  vez  al  lado  de  los  enanos  e  intentaba  volver  a
      dormir y tener de nuevo aquel sueño.
        Pero no fue la última vez que vieron luces en el bosque. Más tarde, cuando ya
      la noche tenía que haber envejecido, Kili, que estaba entonces de guardia, vino y
      los despertó a todos.
        —Ha  aparecido  un  gran  resplandor,  no  muy  lejos  —dijo—.  Cientos  de
      antorchas  y  muchas  hogueras  han  sido  encendidas  de  repente  y  por  arte  de
      magia. ¡Escuchad el canto y las arpas!
        Luego  de  quedarse  un  rato  echados  y  escuchando,  descubrieron  que  no
      podían resistir el deseo de acercarse y tratar, una vez más, de conseguir ayuda.
      Todos se incorporaron, y esta vez el resultado fue desastroso. El banquete que
      vieron entonces era más grande y magnífico que antes: a la cabecera de una
      larga hilera de comensales estaba sentado un rey del bosque, con una corona de
      hojas sobre los cabellos dorados, muy parecido a la figura que Bombur había
      visto en sueños. La gente élfica se pasaba cuencos de mano en mano por encima
      de  las  hogueras;  algunos  tocaban  el  arpa  y  muchos  estaban  cantando.  Las
      cabelleras resplandecían ceñidas con flores; gemas verdes y blancas destellaban
      cinturones y collares, y las caras y las canciones eran de regocijo. Altas, claras
      y hermosas sonaban las canciones, y fuera salió Thorin, apareciendo entre ellos.
        Un  silencio  mortal  cayó  a  mitad  de  una  frase.  Todas  las  voces  se
      extinguieron.  Las  hogueras  se  transformaron  en  humaredas  negras.  Brasas  y
      cenizas cayeron sobre los ojos de los enanos, y en el bosque se oyeron otra vez
      clamores y gritos.
        Bilbo se encontró corriendo en círculos (así lo creía) y llamando y llamando:
      —Dori,  Nori,  Ori,  Oin,  Gloin,  Fili,  Kili,  Bombur,  Bifur,  Balin,  Dwalin,  Thorin
      Escudo  de  Roble.  Mientras  gentes  que  ni  podía  ver  ni  sentir  hacían  lo  mismo
      alrededor,  lanzando  algún  ocasional:  —¡Bilbo!  —Pero  los  gritos  de  los  otros
      fueron haciéndose más lejanos y débiles, y aunque al cabo de un rato le pareció
      que se habían transformado en aullidos y distantes llamadas de socorro, todos los
      sonidos  murieron  al  fin,  y  Bilbo  se  quedó  sólo  en  una  oscuridad  y  un  silencio
      completos.
      Aquél  fue  uno  de  los  momentos  más  tristes  de  la  vida  de  Bilbo.  Pero  pronto
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