Page 136 - El Hobbit
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decidió que era inútil intentar nada hasta que el día trajese alguna luz y que de
      nada  servía  andar  a  ciegas  cansándose,  sin  esperanzas  de  desayuno  que  lo
      reviviese. Así que se sentó con la espalda contra un árbol, y no por última vez se
      encontró  pensando  en  el  distante  agujero-hobbit  y  las  hermosas  despensas.
      Estaba  sumido  en  pensamientos  de  pancetas,  huevos,  tostadas  y  mantequilla,
      cuando sintió que algo lo tocaba. Algo como una cuerda pegajosa y fuerte se le
      había pegado a la mano izquierda; trató de moverse y descubrió que tenía las
      piernas  ya  sujetas  por  aquella  misma  especie  de  cuerda,  y  cuando  trató  de
      levantarse, cayó al suelo.
        Entonces  la  gran  araña,  que  había  estado  ocupada  en  atarlo  mientras
      dormitaba, apareció por detrás y se precipitó sobre él. Bilbo sólo veía los ojos de
      la criatura, pero podía sentir el contacto de las patas peludas mientras la araña
      trataba de paralizarlo con vueltas y más vueltas de aquel hilo abominable. Fue
      una suerte que volviese en sí a tiempo. Pronto no hubiera podido moverse. Pero
      antes de liberarse, tuvo que sostener una lucha desesperada. Rechazó a la criatura
      con las manos —estaba intentando envenenarlo para mantenerlo quieto, como las
      arañas  pequeñas  hacen  con  las  moscas—  hasta  que  recordó  la  espada  y  la
      desenvainó.  La  araña  dio  un  salto  atrás  y  Bilbo  tuvo  tiempo  para  cortar  las
      ataduras de las piernas. Ahora le tocaba a él atacar. Era evidente que la araña no
      estaba acostumbrada a cosas que tuviesen a los lados tales aguijones, o hubiese
      escapado  mucho  más  aprisa.  Bilbo  se  precipitó  sobre  ella  antes  que
      desapareciese y blandiendo la espada la golpeo en los ojos. Entonces la araña
      enloqueció y saltó y danzó y estiró las patas en horribles espasmos, hasta que
      dándole otro golpe Bilbo acabó con ella. Luego se dejó caer, y durante largo rato
      no recordó nada más.
        Cuando volvió en sí, vio alrededor la habitual luz gris y mortecina de los días
      del bosque. La araña yacía muerta a un lado y la espada estaba manchada de
      negro.  Por  alguna  razón,  matar  a  la  araña  gigante,  él,  totalmente  solo,  en  la
      oscuridad, sin la ayuda del mago o de los enanos o de cualquier otra criatura, fue
      muy importante para el señor Bolsón. Se sentía una persona diferente, mucho
      más audaz y fiera a pesar del estómago vacío, mientras limpiaba la espada en la
      hierba y la devolvía a la vaina.
        —Te daré un nombre —le dijo a la espada—. ¡Te llamaré Aguijón!
        Luego se dispuso a explorar. El bosque estaba oscuro y silencioso, pero antes
      que nada tenía que buscar a sus amigos, como era obvio. Quizá no estuviesen
      lejos, a menos que unos trasgos (o algo peor) los hubieran capturado. A Bilbo no
      le parecía sensato ponerse a gritar, y durante un rato estuvo preguntándose de
      qué lado  correría  el  sendero;  y en  qué  dirección  tendría que  ir  a  buscar  a  los
      enanos.
        —¡Oh!,  ¿por  qué  no  habremos  tenido  en  cuenta  los  consejos  de  Beorn  y
      Gandalf? —se lamentaba—. ¡En qué enredo nos hemos metido todos nosotros!
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