Page 141 - El Hobbit
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oscuros.  Estaban  terriblemente  enojadas.  Aun  olvidando  las  piedras,  ninguna
      araña había sido llamada Venenosa, y desde luego, Tontona es para cualquiera un
      insulto inadmisible.
        Bilbo se escabulló a otro sitio, pero por entonces muchas de las arañas habían
      corrido a diferentes puntos del claro donde vivían, y estaban tejiendo telarañas
      entre los troncos de todos los árboles. Muy pronto Bilbo estaría rodeado de una
      espesa barrera de cuerdas, al menos ésa era la idea de las arañas. En medio de
      todos aquellos insectos que cazaban y tejían, Bilbo hizo de tripas corazón y cantó
      otra vez:
        La Lob perezosa y la loca Cob
        tejen telas para cazarme;
        más dulce soy que muchas carnes,
        ¡pero no pueden encontrarme!
        Aquí estoy yo, mosca traviesa;
        y ahí vosotras, gordas y hurañas.
        Jamás podréis atraparme
        en vuestras locas telarañas.
        Con eso se volvió y descubrió que el último espacio entre dos grandes árboles
      había sido cerrado con una telaraña, pero por fortuna no una verdadera telaraña,
      sino  grandes  hebras  de  cuerdas  de  doble  ancho,  tendidas  rápidamente  de  acá
      para  allá  de  tronco  a  tronco.  Desenvainó  la  pequeña  espada,  hizo  pedazos  las
      hebras, y se fue cantando.
        Las arañas vieron la espada, aunque no creo que supieran lo que era, y todas
      se pusieron a correr persiguiendo al hobbit, por el suelo y por las ramas, agitando
      las  piernas  peludas,  chasqueando  las  pinzas,  los  ojos  desorbitados,  rabiosas,
      echando espuma. Lo siguieron bosque adentro, hasta que Bilbo no se atrevió a
      alejarse más. Luego se escabulló de vuelta, más callado que un ratón.
        Tenía un tiempo corto y precioso, lo sabía, antes que las arañas perdieran la
      paciencia y volviesen a los árboles, donde colgaban los enanos. Mientras tanto,
      tenía que rescatarlos. Lo más difícil era subir hasta la rama larga donde pendían
      los bultos. No me imagino cómo se las habría arreglado si, por fortuna, una araña
      no  hubiera  dejado  un  cabo  colgando;  con  ayuda  de  la  cuerda,  aunque  se  le
      pegaba a las manos y le lastimaba la piel, trepó y allá arriba se encontró con una
      araña malvada, vieja, lenta, y gruesa, que había quedado atrás y guardaba a los
      prisioneros, y que había estado entretenida pinchándolos, para averiguar cuál era
      el más jugoso. Había pensado comenzar el banquete mientras las otras estaban
      fuera, pero el señor Bolsón tenía prisa, y antes que la araña supiera lo que estaba
      sucediendo, sintió el aguijón de la espada y rodó muerta cayendo de la rama.
        El siguiente trabajo de Bilbo era soltar un enano. ¿Cómo lo haría? Si cortaba la
      cuerda, el enano maltrecho caería golpeándose contra el suelo, que estaba bien
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