Page 137 - El Hobbit
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¡Nosotros! Lo único que deseo es que fuésemos nosotros: es horrible estar
completamente solo.
Por último trató de recordar la dirección de donde habían venido los gritos de
auxilio la noche anterior, y por suerte (había nacido con una buena provisión de
suerte) lo recordó bastante bien, como veréis enseguida. Habiéndose decidido,
avanzó muy despacio, tan hábilmente como pudo. Los hobbits saben moverse en
silencio, especialmente en los bosques, como ya os he dicho; además Bilbo se
había puesto el anillo antes de ponerse en marcha, y fue por eso que las arañas
no lo vieron ni oyeron cómo se acercaba. Se abrió paso sigilosamente durante un
trecho, mirando vio delante una espesa sombra negra, negra aún para aquel
bosque, como la sombra de una medianoche inmutable. Cuando se acercó, vio
que la sombra era en realidad una confusión de telarañas superpuestas. Vio
también, de repente, que unas arañas grandes y horribles estaban sentadas por
encima de él en las ramas, y con anillo o sin anillo, tembló de miedo al pensar
que quizá lo descubrieran. Se quedó detrás de un árbol, observó a un grupo de
arañas durante un tiempo, y al fin comprendió que aquellas repugnantes criaturas
se hablaban unas a otras en la quietud y el silencio del bosque. Las voces eran
como leves crujidos y siseos, pero Bilbo pudo entender muchas de las palabras.
¡Estaban hablando de los enanos!
—Fue una lucha dura, pero valió la pena —dijo una—. Sí, en efecto, qué
pieles asquerosas y gruesas tienen, pero apuesto a que dentro hay buenos jugos.
—Sí, serán un buen bocado cuando hayan colgado un poco en la tela —dijo
otra.
—No los colguéis demasiado tiempo —dijo una tercera—, no están muy
gordos. Yo diría que no se alimentaron muy bien últimamente.
—Matadlos, os digo yo —siseó una cuarta—. Matadlos ahora y colgadlos
muertos durante un rato.
—Apostaría a que ya están muertos —dijo la primera.
—No, no lo están. Acabo de ver a uno forcejeando justo despertando de un
hermoso sueño, diría yo. Os lo mostraré.
Una de las arañas gordas corrió luego a lo largo de una cuerda, hasta llegar a
una docena de bultos que colgaban en hilera de las ramas altas. Bilbo los vio
entonces por primera vez suspendidos en las sombras, y descubrió horrorizado
que el pie de un enano sobresalía del fondo de algunos de los bultos, y aquí y allá
la punta de una nariz, o un tronco de barba o de capuchón.