Page 132 - El Hobbit
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venido. De nada le sirvió. Miró con atención alrededor, tanto como pudo, y no vio
que los árboles o las hojas terminasen en alguna parte. El corazón, que se le había
aligerado viendo el sol y sintiendo el soplo del viento, le pesaba en el pecho: no
había comida que llevar allá abajo.
Realmente, como os he dicho, no estaban muy lejos del linde del bosque; y si
Bilbo hubiera sido más perspicaz habría entendido que el árbol al que había
trepado, aunque alto, estaba casi en lo más hondo de un valle extenso; mirando
desde la copa, los otros árboles parecían crecer todo alrededor, como los bordes
de un gran tazón, y Bilbo no podía ver hasta dónde se extendía el bosque. Sin
embargo, no se dio cuenta de esto, y descendió al fin desesperado, cubierto de
arañazos, sofocado, y miserable, y no vio nada en la oscuridad de abajo, cuando
llegó allí. Las malas nuevas pronto pusieron a los otros tan tristes como a él.
—¡El bosque sigue, sigue y sigue para siempre, en todas direcciones! ¿Qué
haremos? ¿Y qué sentido tiene enviar a un hobbit? —gritaban como si Bilbo fuese
el culpable. Les importaban un rábano las mariposas, y cuando les habló de la
hermosa brisa se enfadaron todavía más, pues eran demasiado pesados para
trepar y sentirla.
Aquella noche tomaron las últimas sobras y migajas de comida, y cuando a la
mañana siguiente despertaron, advirtieron ante todo que estaban rabiosamente
hambrientos, y luego que llovía, y que las gotas caían pesadamente aquí y allá
sobre el suelo del bosque. Eso sólo les recordó que también estaban muertos de
sed, y que la lluvia no los aliviaba: no se puede apagar una sed terrible sólo
quedándose al pie de unos robles gigantescos, esperando a que una gota ocasional
te caiga en la lengua. La única pizca de consuelo llegó, inesperadamente, de
Bombur.
Bombur despertó de súbito y se sentó rascándose la cabeza. No había modo
de que pudiera entender dónde estaba ni por qué tenía tanta hambre. Había
olvidado todo lo que ocurriera desde el principio del viaje, aquella mañana de
mayo, hacía tanto tiempo. Lo último que recordaba era la tertulia en la casa del
hobbit, y fue difícil convencerlo de la verdad de las muchas aventuras que habían
tenido desde entonces.
Cuando oyó que no había nada que comer, se sentó y se echó a llorar; se
sentía muy débil y le temblaban las piernas.
—¿Por qué habré despertado? —sollozaba—. Tenía unos sueños tan
maravillosos. Soñé que caminaba por un bosque bastante parecido a éste,
alumbrado sólo por antorchas en los árboles, lámparas que se balanceaban en las
ramas, y hogueras en el suelo; y se celebraba una gran fiesta, que no terminaría
nunca. Un rey del bosque estaba allí coronado de hojas; y se oían alegres
canciones, y no podría contar o describir todo lo que había para comer y beber.