Page 125 - El Hobbit
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encantamiento o por alguna otra razón.
        No transcurrió mucho tiempo antes que empezaran a odiar el bosque tanto
      como habían odiado los túneles de los trasgos, e incluso tenían menos esperanza
      de llegar a la salida. Pero no había otro remedio que seguir y seguir, aún después
      de sentir que no podrían dar un paso más si no veían el sol y el cielo, y de desear
      que  el  viento  les  soplara  en  las  caras.  El  aire  no  se  movía  bajo  el  techo  del
      bosque,  eternamente  quieto,  sofocante  y  oscuro.  Hasta  los  mismos  enanos  lo
      sentían así, ellos que estaban acostumbrados a excavar túneles y a pasar largas
      temporadas  apartados  de  la  luz  del  sol;  pero  el  hobbit,  a  quien  le  gustaban  los
      agujeros  para  hacer  casas,  y  no  para  pasar  los  días  de  verano,  sentía  que  se
      asfixiaba poco a poco.
        Las noches eran lo peor: entonces se ponía oscuro como el carbón, no lo que
      vosotros llamáis negro carbón, sino realmente oscuro, tan negro que de verdad no
      se podía ver nada. Bilbo movía la mano delante de la nariz, intentando en vano
      distinguir  algo.  Bueno,  quizá  no  es  totalmente  cierto  decir  que  no  veían  nada:
      veían  ojos.  Dormían  todos  muy  juntos,  y  se  turnaban  en  la  vigilia;  cuando  le
      tocaba a Bilbo, veía destellos alrededor, y a veces, pares de ojos verdes, rojos o
      amarillos  se  clavaban  en  él  desde  muy  cerca,  y  luego  se  desvanecían  y
      desaparecían lentamente, y empezaban a brillar en otra parte. De vez en cuando
      destellaban en las ramas bajas que estaban justamente sobre él, y eso era lo más
      terrorífico. Pero los ojos que menos le agradaban eran unos que parecían pálidos
      y bulbosos. « Ojos de insecto» , pensaba, « no ojos de animales, pero demasiado
      grandes» .
        Aunque  no  hacía  aún  mucho  frío,  trataron  de  encender  unos  fuegos  pero
      desistieron pronto. Parecían atraer cientos y cientos de ojos alrededor; pero esas
      criaturas, fuesen las que fueren, tenían cuidado de no mostrar su cuerpo a la luz
      trémula de las brasas. Peor aún, atraían a miles y miles de falenas grises oscuras
      y negras, algunas casi tan grandes como vuestras manos, que revoloteaban y les
      zumbaban  en  los  oídos.  No  fueron  capaces  de  soportarlo,  ni  a  los  grandes
      murciélagos,  negros  como  sombreros  de  copa;  así  que  pronto  dejaron  de
      encender fuegos y dormitaban envueltos en una enorme y extraña oscuridad.
        Todo  esto  duró  lo  que  al  hobbit  le  parecieron  siglos  y  siglos;  siempre  tenía
      hambre, pues cuidaban sobremanera las provisiones. Aun así, a medida que los
      días  seguían  a  los  días  y  el  bosque  parecía  siempre  el  mismo,  empezaron  a
      sentirse ansiosos. La comida no duraría siempre: de hecho, empezaba a escasear.
      Intentaron  cazar  alguna  ardilla,  y  desperdiciaron  muchas  flechas  antes  de
      derribar  una  en  el  sendero.  Cuando  la  asaron,  tenía  un  gusto  horrible,  y  no
      cazaron más.
        Estaban  sedientos  también;  ninguno  llevaba  mucha  agua,  y  en  todo  el
      trayecto  no  habían  visto  manantiales  ni  arroyos.  Así  estaban  cuando  un  día
      descubrieron  que  una  corriente  de  agua  interrumpía  el  sendero.  Rápida  y
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