Page 160 - El Hobbit
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« ¡Espero haber ajustado bastante las tapas!» , pensó, pero enseguida estuvo
      demasiado preocupado  por  sí  mismo para  acordarse  de  los  enanos. Conseguía
      mantener la cabeza sobre el agua de algún modo, pero temblaba de frío, y se
      preguntó si moriría congelado antes que la suerte cambiase, cuánto tiempo sería
      capaz de resistir, y si podía correr el riesgo de soltarse e intentar nadar hasta la
      orilla.
        La suerte cambió de pronto: la corriente arremolinada arrastró varios barriles
      a un punto de la ribera, y allí se quedaron un rato, varados contra alguna raíz
      oculta. Bilbo aprovechó entonces la ocasión para trepar por el costado del barril
      apoyado firmemente contra otro. Subió arrastrándose como una rata ahogada, y
      se tendió arriba, tratando de mantener el equilibrio. La brisa era fría, pero mejor
      que el agua, y esperaba no caer rodando de repente.
        Los  barriles  pronto  quedaron  libres  otra  vez  y  giraron  y  dieron  vueltas  río
      abajo, saliendo a la corriente principal. Bilbo descubrió entonces que era muy
      difícil  mantenerse  sobre  el  barril,  tal  como  había  temido,  y  además  se  sentía
      bastante  incómodo.  Por  fortuna,  Bilbo  era  muy  liviano,  y  el  barril  grande,  y
      bastante deteriorado,  de  modo  que había  embarcado  una  pequeña  cantidad  de
      agua. Aun así, era como cabalgar sin brida ni estribos un poney panzudo que no
      pensara en otra cosa que en revolcarse sobre la hierba.
        De  este  modo  el  señor  Bolsón  llegó  por  fin  a  un  lugar  donde  los  árboles
      raleaban a ambos lados. Alcanzaba a ver el cielo pálido entre ellos. El río oscuro
      se ensanchó de pronto, y se unió al curso principal del Río del Bosque, que fluía
      precipitadamente desde los grandes portones del rey. En la móvil superficie de
      una extensión de agua que las sombras ya no cubrían, se reflejaban las nubes y
      las  estrellas  en  luces  danzantes  y  rotas.  Las  rápidas  aguas  del  Río  del  Bosque
      llevaron  toda  la  compañía  de  toneles  y  cubas  a  la  ribera  norte,  donde  habían
      abierto una ancha bahía. Ésta tenía una playa de guijarros al pie del barranco, y
      estaba cerrada en el extremo oriental por un pequeño cabo sobresaliente de roca
      dura. Muchos de los barriles encallaron en los bajíos arenosos, aunque unos pocos
      fueron a golpear contra el dique de roca.
        Había gente vigilando las riberas. Empujaron rápidamente y movieron con
      pértigas todos los barriles hacia los bajíos, y los contaron y ataron juntos y los
      dejaron  allí  hasta  la  mañana.  ¡Pobres  enanos!  Bilbo  no  estaba  tan  mal  ahora.
      Bajó deslizándose del barril, y vadeó el río hasta la orilla, y luego se escurrió
      hacia algunas cabañas que alcanzaba a ver cerca del río. Si tenía la oportunidad
      de tomar una cena sin invitación, esta vez no lo pensaría mucho; se había visto
      obligado a hacerlo durante mucho tiempo, y ahora sabía demasiado bien lo que
      era tener verdadera hambre, y no sólo un amable interés por las delicadezas de
      una  despensa  bien  provista.  Había  llegado  a  ver  la  luz  de  un  fuego  entre  los
      árboles,  y  era  una  luz  atractiva;  las  ropas  caladas  y  andrajosas  se  le  pegaban
      frías y húmedas al cuerpo.
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