Page 158 - El Hobbit
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más allá de las hierbas del pantano,
        en la neblina blanca que asciende
        del lago nocturno y de los charcos.
        ¡Sigue, sigue a las estrellas que asoman
        arriba en cielos fríos y empinados,
        gira con el alba sobre la tierra,
        sobre la arena, sobre los rápidos!
        ¡Lejos al Sur, y más lejos al Sur!
        ¡Busca la luz del sol y la del día,
        de vuelta a los pastos, y a los prados,
        que vacas y bueyes apacientan!
        ¡De vuelta a los jardines de las lomas
        donde las bayas crecen y maduran
        bajo la luz del sol y bajo el día!
        ¡Lejos al Sur, más lejos al Sur!
        ¡Bajas la rápida corriente oscura
        de vuelta a tierras que antaño conociste!
        ¡Ya el último de los barriles iba rodando hacia las puertas! Desesperado, y no
      sabiendo qué hacer, el pobre pequeño Bilbo se aferró al barril y fue empujado
      con él sobre el borde. Cayó abajo en el agua fría y oscura, con el barril encima,
      y subió otra vez balbuceando y arañando la madera como una rata, pero a pesar
      de todos sus esfuerzos no pudo trepar. Cada vez que lo intentaba, el barril daba
      una  media  vuelta  y  lo  sumergía  otra  vez.  El  barril  estaba  realmente  vacío,  y
      flotaba como un corcho. Aunque Bilbo tenía las orejas llenas de agua, aún podía
      oír a los elfos, cantando arriba en la bodega. Entonces, de súbito, las escotillas
      cayeron y las voces se desvanecieron a lo lejos. Bilbo estaba ahora en un túnel
      oscuro, flotando en el agua helada, completamente solo… pues no puedes contar
      con amigos que flotan encerrados en barriles.
        Muy  pronto  una  mancha  gris  apareció  delante,  en  la  oscuridad.  Oyó  el
      chirrido  de  la  compuerta  que  se  levantaba,  y  se  encontró  en  medio  de  una
      fluctuante  y  entrechocante  masa  de  toneles  y  cubas,  todos  empujando  juntos
      para pasar por debajo del arco y salir a las aguas del río. Trató por todos los
      medios  de  impedir  que  lo  golpearan  y  machacaran  pero  al  fin,  los  barriles
      apiñados comenzaron a dispersarse y a balancearse, uno por uno, bajo la arcada
      de piedra y más allá. Entonces Bilbo vio que no le habría servido de mucho si
      hubiese subido a horcajadas sobre el barril, pues apenas había espacio, ni siquiera
      para un hobbit, entre el barril y el techo ahora inclinado de la compuerta.
      Fuera  salieron,  bajo  las  ramas  que  colgaban  desde  las  dos  orillas.  Bilbo  se
      preguntaba  qué  sentirían  en  ese  momento  los  enanos,  y  si  no  estaría  entrando
      mucha agua en las cubas. Algunas de las que pasaban flotando en la oscuridad,
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