Page 154 - El Hobbit
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Cuando Bilbo oyó esto, se excitó sobremanera, pues entendió que la suerte lo
acompañaba, y que pronto tendría ocasión de intentar aquel plan desesperado.
Siguió a los dos elfos, hasta que entraron en una pequeña bodega y se sentaron a
una mesa en la que había dos jarros grandes. Los elfos empezaron a beber y a
reír alegremente. Una suerte desusada acompañó entonces a Bilbo. Tiene que ser
un vino muy poderoso el que ponga somnoliento a un elfo del bosque; pero este
vino, parecía, era la embriagadora cosecha de los grandes jardines de
Dorwinion, no destinado a soldados o sirvientes, sino sólo a los banquetes del rey,
y para ser servido en cuencos más pequeños, no en los grandes jarros del
mayordomo.
Muy pronto el guardia jefe inclinó la cabeza; luego la apoyó sobre la mesa y
se quedó profundamente dormido: El mayordomo continuó riendo y charlando
consigo mismo durante un rato, distraído al parecer, pero luego él también inclinó
la cabeza, y cayó dormido y roncando al lado del guardia. El hobbit se escurrió
entonces en la bodega, y un momento después el guardia jefe ya no tenía las
llaves, mientras Bilbo trotaba tan rápido como le era posible, a lo largo de los
pasadizos, hacia las celdas. El manojo de llaves le parecía muy pesado, y a
veces se le encogía el corazón, a pesar del anillo, pues no podía evitar que las
llaves tintineasen de cuando en cuando, estremeciéndolo de pies a cabeza.
Primero abrió la puerta de Balin, y la cerró de nuevo con cuidado tan pronto
como el enano estuvo fuera. Balin parecía muy sorprendido, como podéis
imaginar; pero en cuanto dejó aquella habitación de piedra agobiante y
minúscula, se sintió muy contento y quiso detenerse y hacer preguntas, y
conocer los planes de Bilbo, y todo lo demás.
—¡No hay tiempo ahora! —dijo el hobbit—. Simplemente sígueme. Tenemos
que mantenernos juntos y no arriesgarnos a que nos separen. Tenemos que
escapar todos o ninguno, y ésta es nuestra última oportunidad. Si se descubre,
quién sabe dónde os pondrá el rey entonces, con cadenas en las manos y también
en los pies, supongo. ¡No discutas, sé un buen muchacho!
Luego fueron de puerta en puerta, hasta que los siguieron los otros doce,
ninguno de ellos demasiado ágil, a causa de la oscuridad y el largo encierro. El
corazón de Bilbo latía con violencia cada vez que uno de ellos tropezaba, gruñía o
susurraba en las tinieblas. —¡Maldita sea este jaleo de enanos! —se dijo. Pero no
ocurrió nada desagradable, y no tropezaron con ningún guardia. En realidad,
había un gran banquete otoñal aquella noche en los bosques y en los salones de
arriba. Casi toda la gente del rey estaba de fiesta.
Al fin, luego de extraviarse varias veces, llegaron a la mazmorra de Thorin,
bien abajo, en un sitio profundo, y por fortuna no lejos de las bodegas.
—¡Qué te parece! —dijo Thorin, cuando Bilbo le susurró que saliera y se
uniera a los otros—. ¡Gandalf dijo la verdad, como de costumbre! Eres un buen
saqueador, parece, cuando llega el momento. Estoy seguro de que estaremos