Page 208 - El Hobbit
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Thorin, una hilera de lucecitas en la oscuridad que a menudo se detenían, cuando
los enanos escuchaban temerosos, atentos a cualquier ruido que anunciara la
llegada del dragón.
Aunque el tiempo había pulverizado o destruido los adornos antiguos y aunque
todo estaba sucio y desordenado con las idas y venidas del monstruo, Thorin
conocía cada pasadizo y cada recoveco. Subieron por largas escaleras, torcieron
y bajaron por pasillos anchos y resonantes, volvieron a torcer y subieron aún
más escaleras, y de nuevo aún más escaleras. Talladas en la roca viva, eran lisas,
amplias y regulares; y los enanos subieron y subieron, y no encontraron ninguna
señal de criatura viviente, sólo unas sombras furtivas que huían de la proximidad
de la antorcha, estremecidas por las corrientes de aire.
De cualquier manera, los escalones no estaban hechos para piernas de hobbit,
y Bilbo empezaba a sentir que no podría seguir así mucho más, cuando de pronto
el techo se elevó; las antorchas no alcanzaban ahora a iluminarlo. Lejos, allá
arriba, se podía distinguir un resplandor blanco que atravesaba una abertura, y el
aire tenía un olor más dulce. Delante de ellos una luz tenue asomaba por unas
grandes puertas, medio quemadas, y que aún colgaban torcidas de los goznes.
—Ésta es la gran cámara de Thror —dijo Thorin—, el salón de fiestas y de
reuniones. La Puerta Principal no queda muy lejos.
Cruzaron la cámara arruinada. Las mesas se estaban pudriendo allí; sillas y
bancos yacían patas arriba, carbonizados y carcomidos. Cráneos y huesos
estaban tirados por el suelo entre jarros, cuencos, cuernos de beber destrozados y
polvo. Luego de cruzar otras puertas en el fondo de la cámara, un rumor de agua
llegó hasta ellos, y la luz grisácea de repente se aclaró.
—Ahí está el nacimiento del Río Rápido —dijo Thorin—. Desde aquí corre
hacia la Puerta. ¡Sigámoslo!
De una abertura oscura en una pared de roca, manaba un agua hirviendo, y
fluía en remolinos por un estrecho canal que la habilidad de unas manos
ancestrales había excavado, enderezado y encauzado. A un lado se extendía una
calzada pavimentada, bastante ancha como para que varios hombres pudieran
marchar de frente. Fueron deprisa por la calzada, y he aquí que luego de un
recodo la clara luz del día apareció ante ellos. Allí delante se levantaba un arco
elevado, que aún guardaba los fragmentos de unas obras talladas, aunque
deterioradas, ennegrecidas y rotas. Un sol neblinoso enviaba una pálida luz entre
los brazos de la Montaña, y unos rayos de oro caían sobre el pavimento del
umbral.
Un torbellino de murciélagos arrancados de su letargo por las antorchas
humeantes, revoloteaba sobre ellos, que marchaban a saltos, deslizándose sobre
piedras que el dragón había alisado y desgastado. Ahora el agua se precipitaba
ruidosa, y descendía en espumas hasta el valle. Dejaron caer las antorchas
pálidas y miraron asombrados. Habían llegado a la Puerta Principal, y Valle