Page 212 - El Hobbit
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A la derecha, bajo la muralla rocosa, no había ningún sendero, y marcharon
penosamente entre las piedras por la ribera izquierda del río, y en la desolación y
el vacío pronto se sintieron otra vez desanimados, aún el propio Thorin. Llegaron
al puente del que Balin había hablado y descubrieron que había caído hacía
tiempo, y muchas de las piedras eran ahora sólo unos cascajos en el arroyo
ruidoso y poco profundo; pero vadearon el agua sin dificultad, y encontraron los
antiguos escalones, y treparon por la alta ladera. Después de un corto trecho
dieron con el viejo camino, y no tardaron en llegar a una cañada profunda
resguardada entre las rocas; allí descansaron un rato y desayunaron como
pudieron, sobre todo cram y agua. (Si queréis saber lo que es un cram, sólo puedo
decir que no conozco la receta, pero parece un bizcocho, nunca se estropea,
dicen que tiene fuerza nutricia, y en verdad no es muy entretenido, y muy poco
interesante, excepto como ejercicio de las mandíbulas; los preparaban los
Hombres del Lago para los largos viajes).
Luego de esto siguieron caminando y ahora la senda iba hacia el oeste,
alejándose del río, y el lomo de la estribación montañosa que apuntaba al sur se
acercaba cada vez más. Por fin alcanzaron el sendero de la colina. Subía en una
pendiente abrupta, y avanzaron lentamente uno tras otro hasta que a la caída de
la tarde llegaron al fin a la cima de la sierra y vieron el sol invernal que
descendía en el oeste.
El sitio en que estaban ahora era llano y abierto, pero en la pared rocosa del
norte había una abertura que parecía una puerta. Desde esta puerta se veía un
extenso escenario, al sur, al este y al oeste.
—Aquí —dijo Balin— en los viejos tiempos teníamos casi siempre gente que
vigilaba, y esa puerta de atrás lleva a una cámara excavada en la roca: un cuarto
para el vigía. Había otros sitios semejantes alrededor de la Montaña. Pero en
aquellos días prósperos, la vigilancia no parecía muy necesaria, y los guardias
estaban quizá demasiado cómodos… En fin, si nos hubieran advertido a tiempo
de la llegada del dragón, todo habría sido diferente. No obstante, aquí podemos
quedarnos escondidos y al resguardo por un rato, y ver mucho sin que nos vean.
—De poco servirá si nos han visto venir aquí —dijo Dori, que siempre estaba
mirando hacia el pico de la Montaña, como si esperase ver allí a Smaug, posado
como un pájaro sobre un campanario.
—Tenemos que arriesgarnos —dijo Thorin—. Hoy no podemos ir más lejos.
—¡Bien, bien! —gritó Bilbo, y se echó al suelo.
En la cámara de roca habría lugar para cien, y más adentro había otra
cámara más pequeña, más protegida del frío de fuera. No había nada en el
interior, y parecía que ni siquiera los animales salvajes habían estado alguna vez
allí en los días del dominio de Smaug. Todos dejaron las cargas; algunos se