Page 215 - El Hobbit
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merodeador del dragón, el único Rey bajo la Montaña que hemos conocido.
        —¡Siempre  estás  anunciando  cosas  horribles!  —dijeron  los  otros—.
      ¡Cualquier  cosa,  desde  inundaciones  a  pescado  envenenado!  Piensa  en  algo
      alegre.
        Entonces,  de  pronto,  una  gran  luz  apareció  al  pie  de  las  colinas  y  doró  el
      extremo norte del lago. —¡El Rey bajo la Montaña! —gritaron los hombres—.
      ¡Tiene tantas riquezas como el sol manantiales de plata, y ríos de oro! ¡El río trae
      oro de la Montaña! —exclamaron, y en todas partes las ventanas se abrían y los
      pies se apresuraban.
        Una vez más hubo un tremendo entusiasmo y excitación en la ciudad. Pero el
      individuo de la voz severa corrió a toda prisa hasta el gobernador. —¡O yo soy
      tonto,  o  el  dragón  se  está  acercando!  —gritó—.  ¡Cortad  los  puentes!  ¡A  las
      armas! ¡A las armas!
        Tocaron  enseguida  las  trompetas  de  alarma,  y  los  ecos  resonaron  en  las
      orillas rocosas. Los gritos de entusiasmo cesaron y la alegría se transformó en
      miedo. Y así fue que el dragón no los encontró por completo desprevenidos.
        Muy pronto, tan rápido venía, pudieron verlo como una chispa de fuego que
      volaba hacia ellos, cada vez más grande y brillante, y hasta el más tonto supo
      entonces  que  las  profecías  no  habían  sido  muy  certeras.  Sin  embargo,  aún
      disponían de un poco de tiempo. Llenaron con agua todas las vasijas de la ciudad,
      todos los guerreros se armaron, prepararon los venablos y flechas, y el puente
      fue derribado y destruido antes de que se oyera el rugido de la terrible llegada de
      Smaug, y el lago se rizara rojo como el fuego bajo el tremendo batido de las
      alas.
        Entre los chillidos, lamentos y gritos de los hombres, Smaug llegó sobre ellos,
      y  se  precipitó  hacia  los  puentes.  ¡Lo  habían  engañado!  El  puente  había
      desaparecido, y sus enemigos estaban en una isla en medio de un agua profunda,
      demasiado  profunda,  oscura  y  fría.  Si  se  echaba  ahora  al  agua,  los  vahos  y
      vapores entenebrecerían la tierra durante mucho tiempo; pero el lago era más
      poderoso, y acabaría con él antes de que consiguiese atravesarlo.
        Rugiendo, voló de vuelta sobre la ciudad. Una granizada de flechas oscuras se
      elevó  y  chasqueó  y  le  golpeó  las  escamas  y  joyas,  y  el  aliento  de  fuego
      encendió las flechas, que cayeron de vuelta al agua ardiendo y silbando. Ningún
      fuego de artificio que hubierais imaginado alguna vez, habría podido compararse
      con  el  espectáculo  de  aquella  noche.  El  tañido  de  los  arcos  y  el  toque  de
      trompetas  enardeció  aún  más  la  cólera  del  dragón,  hasta  enceguecerlo  y
      enloquecerlo. Nadie se había atrevido a enfrentarlo desde mucho tiempo atrás, ni
      se habrían atrevido entonces si el hombre de la voz severa (Bardo se llamaba) no
      hubiera  corrido  de  acá  para  allá,  animando  a  los  arqueros  y  pidiendo  al
      gobernador que les ordenase luchar hasta la última flecha.
        Las  fauces  del  dragón  despedían  fuego.  Por  un  momento  voló  en  círculos
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