Page 217 - El Hobbit
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mientras Bardo se detenía asombrado, le habló de lo que ocurría en la Montaña y
      de lo que había oído.
        Entonces Bardo llevó la cuerda del arco hasta la oreja. El dragón regresaba
      volando en círculos bajos, y mientras iba acercándose, la luna se elevó sobre la
      orilla este y le plateó las grandes alas.
        —¡Flecha! —dijo el arquero—. ¡Flecha negra! Te he reservado hasta el final.
      Nunca me fallaste y siempre te he recobrado. Te recibí de mi padre y él de otros
      hace mucho tiempo. Si alguna vez saliste de la fragua del verdadero Rey bajo la
      Montaña, ¡ve y vuela bien ahora!
        El dragón descendía de nuevo, más bajo que nunca, y cuando volvió y se
      precipitaba sobre Bardo, el vientre blanco resplandeció, con fuegos chispeantes
      de gemas a la luz de la luna. Pero no en un punto. El gran arco chasqueó. La
      flecha negra voló directa desde la cuerda al hueco del pecho izquierdo, donde
      nacía la pata delantera extendida ahora. En ese hueco se hundió la flecha, y allí
      desapareció, punta, astil y pluma, tan fiero había sido el tiro. Con un chillido que
      ensordeció  a  hombres,  derribó  árboles  y  desmenuzó  piedras,  Smaug  saltó
      disparado en el aire, y se precipitó a tierra desde las alturas.
        Cayó  estrellándose  en  medio  de  la  ciudad.  Los  últimos  movimientos  de
      agonía lo redujeron a chispas y resplandores. El lago rugió. Un vapor inmenso se
      elevó,  blanco  en  la  repentina  oscuridad  bajo  la  luna.  Hubo  un  siseo  y  un
      borboteante remolino, y luego silencio. Y ése fue el fin de Smaug y de Esgaroth,
      pero no de Bardo.
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