Page 46 - El Hobbit
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vez!
        Gandalf encabezaba ahora la marcha. —No nos salgamos del camino, o ya
      nada  podrá  salvarnos  —dijo—.  Necesitamos  comida,  en  primer  lugar,  y
      descanso con una seguridad razonable; además es muy importante internarse en
      las Montañas Nubladas por el sendero apropiado, o de lo contrario os perderéis y
      tendréis que volver y empezar de nuevo por el principio (si llegáis a volver).
        Le preguntaron hacia dónde estaba conduciéndolos, y él respondió: —Habéis
      llegado a los límites mismos de las tierras salvajes, como algunos sabéis sin duda.
      Oculto  en  algún  lugar  delante  de  nosotros  está  el  hermoso  valle  de  Rivendel,
      donde vive Elrond en la última Morada. Le envié un mensaje por mis amigos y
      nos está esperando.
        Aquello sonaba agradable y reconfortante pero no habían llegado aún, y no
      era tan fácil como parecía encontrar la última Morada al oeste de las Montañas.
      No había árboles, valles o colinas que quebrasen el terreno delante de ellos: la
      vasta pendiente ascendía poco a poco hasta el pie de la montaña más próxima,
      una ancha tierra descolorida de brezo y piedra rota, con manchas de latigazos de
      verde de hierbas y verde de musgos que señalaban dónde podía haber agua.
      Pasó la mañana, llegó la tarde; pero no había señales de que alguien habitara en
      ese yermo silencioso. La inquietud de todos iba en aumento, pues veían ahora
      que la casa podía estar oculta casi en cualquier lugar entre ellos y las montañas.
      Se  encontraban  de  pronto  con  valles  inesperados,  estrechos,  de  paredes
      escarpadas,  que  se  abrían  de  súbito,  y  ellos  miraban  hacia  abajo  y  se
      sorprendían,  pues  había  árboles  y  una  corriente  de  agua  en  el  fondo.  Algunos
      desfiladeros casi hubieran podido cruzarlos de un salto, pero eran en cambio muy
      profundos, y el agua corría por ellos en cascadas. Había gargantas oscuras que
      no  podían  cruzarse  sin  trepar.  Había  ciénagas;  algunas  eran  lugares  verdes  de
      aspecto agradable, donde crecían flores altas y luminosas; pero un poney que
      caminase por allí llevando una carga nunca volvería a salir.
        Por cierto, era una tierra que se extendía desde el vado a las montañas, de
      una vastedad que nunca hubieseis llegado a imaginar. Bilbo estaba asombrado.
      Unas  piedras  blancas,  algunas  pequeñas  y  otras  medio  cubiertas  de  musgo  o
      brezo,  señalaban  el  único  sendero.  En  verdad  era  una  tarea  muy  lenta  la  de
      seguir el rastro, aún guiados por Gandalf, que parecía conocer bastante bien el
      camino.
        La cabeza y la barba de Gandalf se movían de aquí para allá cuando buscaba
      las piedras, y ellos lo seguían; pero cuando el día empezó a declinar no parecían
      haberse  acercado  mucho  al  término  de  la  busca.  La  hora  del  té  había  pasado
      hacía tiempo y parecía que la de la cena pronto iría por el mismo camino. Había
      mariposas nocturnas que revoloteaban alrededor y la luz era ahora muy débil,
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