Page 42 - El Hobbit
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Guille ya no dijo nada más, pues se convirtió en piedra mientras se encorvaba, y
      Berto y Tom se quedaron inmóviles como rocas cuando lo miraron. Y allí están
      hasta nuestros días, solos, a menos que los pájaros se posen sobre ellos; pues los
      trolls,  como  seguramente  sabéis,  tienen  que  estar  bajo  tierra  antes  del  alba,  o
      vuelven a la materia montañosa de la que están hechos, y nunca más se mueven.
      Esto fue lo que les ocurrió a Berto, Tom y Guille.
        —¡Excelente! —dijo Gandalf, mientras aparecía desde atrás de un árbol y
      ayudaba a Bilbo a descender de un arbusto espinoso. Entonces Bilbo entendió.
      Había sido la voz del brujo la que había tenido a los ogros discutiendo y peleando
      por naderías hasta que la luz asomó y acabó con ellos.
        Lo  siguiente  fue  desatar  los  sacos  y  liberar  a  los  enanos.  Estaban  casi
      asfixiados  y  muy  fastidiados;  no  les  había  divertido  nada  estar  allí  tendidos,
      oyendo a los ogros que hacían planes para asarlos, picarlos y cocerlos. Tuvieron
      que escuchar más de dos veces el relato de lo que le había ocurrido a Bilbo antes
      de quedar satisfechos.
        —¡Tiempo  tonto  para  andar  practicando  el  arte  de  birlar  y  desvalijar
      bolsillos! —dijo Bombur—. Todo lo que queríamos era comida y lumbre.
        —Y eso es justamente lo que no hubierais conseguido de esa gente sin lucha,
      en cualquier caso —replicó Gandalf—. De todos modos, ahora estáis perdiendo
      el  tiempo.  ¿No  os  dais  cuenta  de  que  los  trolls  han  de  tener  alguna  cueva  o
      agujero excavado aquí cerca para esconderse del sol? Tenemos que investigarlo.
      Buscaron alrededor y pronto encontraron las marcas de las botas de piedra entre
      los árboles. Siguieron las huellas colina arriba hasta que descubrieron una puerta
      de piedra, escondida detrás de unos arbustos y que llevaba a una caverna. Pero
      no pudieron abrirla, ni aun cuando todos empujaron mientras Gandalf probaba
      varios encantamientos.
        —¿Será  esto  de  alguna  utilidad?  —preguntó  Bilbo  cuando  ya  se  estaban
      cansando  y  enfadando—.  Lo  encontré  en  el  suelo  donde  los  trolls  tuvieron  la
      discusión  —y  extrajo  una  llave  bastante  grande,  aunque  Guille  la  hubiese
      considerado pequeña y secreta; por fortuna se le había caído del bolsillo antes de
      quedar convertido en piedra.
        —Pero, ¿por qué no lo dijiste antes? —le gritaron. Gandalf arrebató la llave y
      la introdujo en la cerradura. Entonces la puerta se abrió hacia atrás con un solo
      empellón,  y  todos  entraron.  Había  huesos  esparcidos  por  el  suelo,  y  un  olor
      nauseabundo  en  el  aire,  pero  había  también  una  buena  cantidad  de  comida
      mezclada  al  descuido  en  estantes  y  sobre  el  suelo,  entre  un  cúmulo  de  cosas
      tiradas en desorden, producto de muchos botines, desde botones de estaño a ollas
      colmadas de monedas de oro apiladas en un rincón. Había también montones de
      vestidos que colgaban de las paredes —demasiado pequeños para los trolls; me
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