Page 51 - El Hobbit
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—¡Cuidado con Bilbo, que no se vaya a comer todos los bizcochos! —dijeron
      —. ¡Todavía está demasiado gordo para colarse por el agujero de la cerradura!
        —¡Silencio, silencio, Buena Gente! ¡Y buenas noches! —dijo Gandalf, que
      había  llegado  último—.  Los  valles  tienen  oídos,  y  algunos  elfos  tienen  lenguas
      demasiado sueltas. ¡Buenas noches!
        Y así llegaron por fin a la última Morada, y encontraron las puertas abiertas
      de par en par.
        Ahora bien, parece extraño, pero las cosas que es bueno tener y los días que
      se  pasan  de  un  modo  agradable  se  cuentan  muy  pronto,  y  no  se  les  presta
      demasiada atención; en cambio, las cosas que son incómodas, estremecedoras, y
      aún horribles, pueden hacer un buen relato, y además lleva tiempo contarlas. Se
      quedaron muchos días en aquella casa agradable, catorce al menos, y les costó
      irse. Bilbo se hubiese quedado allí con gusto para siempre, incluso suponiendo que
      un deseo  hubiera  podido  transportarlo  sin problemas  directamente  de  vuelta  al
      agujero-hobbit. No obstante, algo hay que contar sobre esta estancia.
      El  dueño  de  casa  era  amigo  de  los  elfos,  una  de  esas  gentes  cuyos  padres
      aparecen  en  cuentos  extraños,  anteriores  al  principio  de  la  historia  misma,  las
      guerras de los trasgos malvados y los elfos, y los primeros hombres del Norte. En
      los días de nuestro relato, había aún algunas gentes que descendían de los elfos y
      los héroes del Norte; y Elrond, el dueño de la casa, era el jefe de todos ellos.
        Era tan noble y de facciones tan hermosas como un señor de los elfos, fuerte
      como un guerrero, sabio como un mago, venerable como un rey de los enanos, y
      benévolo  como  el  estío.  Aparece  en  muchos  relatos,  pero  la  parte  que
      desempeña en la historia de la aventura de Bilbo es pequeña, aunque importante,
      como veréis, si alguna vez llegamos a acabarla. La casa era perfecta tanto para
      comer o dormir como para trabajar, o contar historias, o cantar, o simplemente
      sentarse y pensar mejor, o una agradable mezcla de todo esto. La perversidad no
      tenía cabida en aquel valle.
        Desearía tener tiempo para contaros sólo unas pocas de las historias o una o
      dos de las canciones que se oyeron entonces en aquella casa. Todos los viajeros,
      incluyendo los poneys, se sintieron refrescados y fortalecidos luego de pasar allí
      unos pocos días. Les compusieron los vestidos, tanto como las magulladuras, el
      humor y las esperanzas. Les llenaron las alforjas con comida y provisiones, de
      poco  peso,  pero  fortificantes,  buenas  para  cruzar  los  desfiladeros.  Les
      aconsejaron bien y corrigieron los planes de la expedición. Así llegó el solsticio
      de verano y se dispusieron a partir otra vez con los primeros rayos del sol estival.
        Elrond  lo  sabía  todo  sobre  runas  de  cualquier  tipo.  Aquel  día  observó  las
      espadas que habían tomado en la guarida de los trolls y comentó: —Esto no es
      obra  de  los  trolls.  Son  espadas  antiguas,  muy  antiguas,  de  los  Altos  Elfos  del
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