Page 55 - El Hobbit
P. 55

« El verano está llegando allá abajo» , pensó Bilbo. « Y ya empiezan la siega
      del heno y las meriendas. A este paso estarán recolectando y recogiendo moras
      aún antes de que empecemos a bajar del otro lado» . Y los demás tenían también
      pensamientos lúgubres de este tipo, aunque cuando se habían despedido de Elrond
      alentados por la mañana de verano, habían hablado alegremente del cruce de las
      montañas  y  de  cabalgar  al  galope  por  las  tierras  que  se  extendían  más  allá.
      Habían pensado llegar a la puerta secreta de la Montaña Solitaria tal vez en esa
      misma primera luna de otoño. —Y quizá sea el Día de Durin —habían dicho.
      Sólo  Gandalf  había  meneado  en  silencio  la  cabeza.  Ningún  enano  había
      atravesado ese paso desde hacía muchos años, pero Gandalf sí, y conocía el mal
      y el peligro que habían crecido y aumentado en las tierras salvajes desde que los
      dragones habían expulsado de allí a los hombres, y desde que los trasgos habían
      ocupado la región en secreto después de la batalla de las Minas de Moria. Aún los
      buenos planes de magos sabios como Gandalf, y de buenos amigos como Elrond,
      se olvidan a veces, cuando uno está lejos en peligrosas aventuras al borde del
      Yermo; y Gandalf era un mago bastante sabio como para tenerlo en cuenta.
      Sabía  que  algo  inesperado  podía  ocurrir,  y  apenas  se  atrevía  a  desear  que  no
      tuvieran alguna aventura horrible en aquellas grandes y altas montañas de picos
      y valles solitarios, donde no gobernaba ningún rey. Nada ocurrió. Todo marchó
      bien, hasta que un día se encontraron con una tormenta de truenos; más que una
      tormenta era una batalla de truenos. Sabéis qué terrible puede llegar a ser una
      verdadera tormenta de truenos allá abajo en el valle del río; sobre todo cuando
      dos  grandes  tormentas  se  encuentran  y  se  baten.  Más  terribles  todavía  son  los
      truenos  y  los  relámpagos  en  las  montañas  por  la  noche,  cuando  las  tormentas
      vienen del este y del oeste y luchan entre ellas. El relámpago se hace trizas sobre
      los  picos,  y  las  rocas  tiemblan,  y  unos  enormes  estruendos  parten  el  aire,  y
      entran  rodando  a  los  tumbos  en  todas  las  cuevas  y  agujeros,  y  un  ruido
      abrumador y una claridad súbita invaden la oscuridad.
        Bilbo nunca había visto o imaginado nada semejante. Estaban muy arriba en
      un  lugar  estrecho,  y  a  un  lado  un  precipicio  espantoso  caía  sobre  un  valle
      sombrío. Allí pasaron la noche, al abrigo de una roca; Bilbo, tendido bajo una
      manta  y  temblando  de  pies  a  cabeza.  Cuando  miró  fuera,  vio  a  la  luz  de  los
      relámpagos  los  gigantes  de  piedra  abajo  en  el  valle;  habían  salido  y  ahora
      estaban jugando, tirándose piedras unos a otros; las recogían y las arrojaban en la
      oscuridad,  y  allá  abajo  se  rompían  o  desmenuzaban  entre  los  árboles.  Luego
      llegaron el viento y la lluvia, y el viento azotaba la lluvia y el granizo en todas
      direcciones,  por  lo  que  el  refugio  de  la  roca  no  los  protegía  mucho.  Al  rato
      estaban todos empapados hasta los huesos y los poneys se encogían, bajaban la
      cabeza, y metían la cola entre las patas, y algunos relinchaban de miedo. Las
   50   51   52   53   54   55   56   57   58   59   60