Page 57 - El Hobbit
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sacaron las pipas e hicieron anillos de humo que Gandalf volvía de diferentes
colores y hacía bailar en el techo para entretenerlos. Charlaron y charlaron, y
olvidaron la tormenta, y discutieron lo que cada uno haría con su parte del tesoro
(cuando lo tuviesen, lo que de momento no parecía tan imposible); y así fueron
quedándose dormidos uno tras otro. Y ésa fue la última vez que usaron los
poneys, los paquetes, equipajes, herramientas y todo lo que habían traído con
ellos.
No obstante, fue una suerte esa noche que hubiesen traído al pequeño Bilbo.
Porque, por alguna razón, Bilbo no pudo dormirse hasta muy tarde; y luego tuvo
unos sueños horribles. Soñó que una grieta en la pared del fondo de la cueva se
agrandaba y se agrandaba, abriéndose más y más; y él estaba muy asustado
pero no podía gritar, ni hacer otra cosa que seguir acostado, mirando. Después
soñó que el suelo de la cueva cedía, y que se deslizaba, y que él empezaba a
caer, a caer, quién sabe a dónde.
En ese momento despertó con un horrible sobresalto y se encontró con que
parte del sueño era verdad. Una grieta se había abierto al fondo de la cueva y era
ya un pasadizo ancho. Apenas si tuvo tiempo de ver la última de las colas de los
poneys, que desaparecía en la sombra. Por supuesto, lanzó un chillido estridente,
tanto como puede llegar a serlo un chillido de hobbit, bastante asombroso si
tenemos en cuenta el tamaño de estas criaturas.
Afuera saltaron los trasgos, trasgos grandes, trasgos enormes de cara fea,
montones de trasgos, antes que nadie pudiera decir « peñas y breñas» . Había por
lo menos seis para cada enano, y dos más para Bilbo; y los apresaron a todos y
los llevaron por la hendidura, antes que nadie pudiera decir « madera y
hoguera» . Pero no a Gandalf. Eso fue lo bueno del grito de Bilbo. Lo había
despertado por completo en una décima de segundo, y cuando los trasgos iban a
ponerle las manos encima, hubo un destello terrorífico, como un relámpago en la
cueva, un olor como de pólvora, y varios cayeron muertos.