Page 65 - El Hobbit
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                     Acertijos en las tinieblas
      C uando Bilbo abrió los ojos, se preguntó si en verdad los habría abierto; pues
      todo estaba tan oscuro como si los tuviese cerrados. No había nadie cerca de él.
      ¡Imaginaos qué terror! No podía ver nada, ni oír nada, ni sentir nada, excepto la
      piedra del suelo.
        Se incorporó muy lentamente y anduvo a tientas hasta tropezar con la pared
      del  túnel;  pero  ni  hacia  arriba  ni  hacia  abajo  pudo  encontrar  nada,  nada  en
      absoluto, ni rastro de trasgos o enanos. La cabeza le daba vueltas y ni siquiera
      podía decir en qué dirección habrían ido los otros cuando cayó de bruces. Trató
      de orientarse de algún modo, y se arrastró largo trecho hasta que de pronto tocó
      con la mano algo que parecía un anillo pequeño, frío y metálico, en el suelo del
      túnel. Éste iba a ser un momento decisivo en la carrera de Bilbo, pero él no lo
      sabía. Casi sin darse cuenta se metió la sortija en el bolsillo. Por cierto, no parecía
      tener  ninguna  utilidad  por  ahora.  No  avanzó  mucho  más;  se  sentó  en  el  suelo
      helado, abandonándose a un completo abatimiento. Se imaginaba friendo huevos
      y panceta en la cocina de su propia casa —pues alcanzaba a sentir, dentro de él,
      que era la hora de alguna comida—, pero esto sólo lo hacía más miserable.
        No sabía a dónde ir, ni qué había ocurrido, ni por qué lo habían dejado atrás, o
      por qué, si lo habían dejado atrás, los trasgos no lo habían capturado; no sabía ni
      siquiera  por  qué  tenía  la  cabeza  tan  dolorida.  La  verdad  es  que  había  estado
      mucho tiempo tendido y quieto, invisible y olvidado en un rincón muy oscuro.
        Al cabo de un rato se palpó las ropas buscando la pipa. No estaba rota, y eso
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