Page 63 - El Hobbit
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una llama azul por el deleite de haber matado al gran señor de la cueva. No le
costó nada cortar las cadenas de los trasgos y liberar lo más rápido posible a
todos los prisioneros. El nombre de esta espada, recordaréis, era Glamdring,
Martillo de enemigos. Los trasgos la llamaban simplemente Demoledora, y la
odiaban, si eso es posible, todavía más que a Mordedora. También Orcrist había
sido salvada, pues Gandalf se la había arrebatado a uno de los guardias
aterrorizados. Gandalf pensaba en todo; y aunque no podía hacer cualquier cosa,
ayudaba siempre a los amigos en aprietos.
—¿Estamos todos aquí? —dijo, entregando la espada a Thorin con una
reverencia—. Veamos: uno, Thorin; dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho,
nueve, diez, once. ¿Dónde están Fili y Kili? ¡Aquí! Doce, trece… y he ahí al
señor Bolsón: ¡catorce! ¡Bien, bien! Podría ser peor, y sin embargo podría ser
mucho mejor. Sin poneys, y sin comida, y sin saber muy bien dónde estamos, ¡y
unas hordas de trasgos furiosos justo detrás! ¡Sigamos adelante!
Siguieron adelante. Gandalf estaba en lo cierto: se oyeron ruidos de trasgos y
unos gritos horribles allá detrás a lo lejos, en los pasadizos que habían atravesado.
Se apresuraron entonces todavía más, y como el pobre Bilbo no podía seguirles el
paso —pues los enanos son capaces de correr más deprisa, os lo aseguro, cuando
tienen que hacerlo— se turnaron llevándolo a hombros.
Sin embargo los trasgos corren más que los enanos, y estos trasgos conocían
mejor el camino (ellos mismos habían abierto los túneles), y estaban locos de
furia; así que hiciesen lo que hiciesen, los enanos oían los gritos y aullidos que se
acercaban cada vez más. Muy pronto alcanzaron a oír el ruido de los pies de los
trasgos, muchos, muchos pies que parecían estar a la vuelta del último recodo. El
destello de las antorchas rojas podía verse detrás de ellos en el túnel; y ya
empezaban a sentirse muertos de cansancio.
—¡Por qué, oh por qué habré dejado mi agujero-hobbit! —decía el pobre
señor Bolsón, mientras se sacudía hacia arriba y abajo sobre la espalda de
Bombur.
—¡Por qué, oh por qué habré traído a este pobrecito hobbit a buscar el tesoro!
—decía el desdichado Bombur, que era gordo, y se bamboleaba mientras el
sudor le caía en gotas de la nariz a causa del calor y el terror.
En aquel momento Gandalf se retrasó, y Thorin con él. Doblaron un recodo
cerrado. —¡Están a la vuelta! —gritó el mago—. ¡Desenvaina tu espada, Thorin!
No había más que hacer, y a los trasgos no les gustó. Venían corriendo a toda
prisa y dando gritos, y al llegar al recodo tropezaron atónitos con Hendedora de
trasgos y Martillo de enemigos, que brillaban frías y luminosas. Los que iban
delante arrojaron las antorchas y dieron un alarido antes de morir. Los de atrás
aullaban siguiéndolos. —¡Mordedora y Demoledora! —chillaron; y pronto todos
estuvieron envueltos en una completa confusión, y la mayoría se apresuró a
regresar por donde había venido.