Page 67 - El Hobbit
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que  luego  se  repitió  tanto  que  él  dejó  de  preocuparse.  No  sé  cuánto  tiempo
      continuó  así,  odiando  seguir  adelante,  no  atreviéndose  a  parar,  adelante  y
      adelante,  hasta  que  estuvo  más  cansado  que  cansado.  Parecía  que  el  camino
      continuaría así al día siguiente y más allá, perdiéndose en los días que vendrían
      después.
        De  pronto,  sin  ningún  motivo,  se  encontró  trotando  en  un  agua  fría  como
      hielo. ¡Uf! Esto lo reanimó, rápida y bruscamente. No sabía si el agua era sólo un
      estanque en medio del camino, la orilla de un arroyo que cruzaba el túnel bajo
      tierra, o el borde de un lago subterráneo, oscuro y profundo. La espada apenas
      brillaba. Se detuvo, y escuchando con atención alcanzó a oír unas gotas que caían
      desde un techo invisible en el agua de abajo; pero no parecía haber ningún otro
      tipo de ruido.
        « De modo que es un lago o un pozo, y no un río subterráneo» , pensó. Aun así
      no se atrevió a meterse en el agua a oscuras. No sabía nadar, y además pensaba
      en  las  criaturas  barrosas  y  repugnantes,  de  ojos  saltones  y  ciegos,  que
      culebreaban sin duda en el agua. Hay extraños seres que viven en pozos y lagos
      en el corazón de los montes; pero cuyos antepasados llegaron nadando, sólo el
      cielo sabe hace cuánto tiempo, y nunca volvieron a salir, y los ojos les crecían,
      crecían y crecían mientras trataban de ver en la oscuridad; y allí hay también
      criaturas más viscosas que peces. Aún en los túneles y cuevas que los trasgos
      habían  excavado  para  sí  mismos,  hay  otras  cosas  vivas  que  ellos  desconocen,
      cosas que han venido arrastrándose desde fuera para descansar en la oscuridad.
      Además, los orígenes de algunos de estos túneles se remontan a épocas anteriores
      a los trasgos, quienes sólo los ampliaron y unieron con pasadizos, y los primeros
      propietarios están todavía allí, en raros rincones, deslizándose y olfateando todo
      alrededor.
        Aquí  abajo  junto  al  agua  lóbrega  vivía  el  viejo  Gollum,  una  pequeña  y
      viscosa criatura. No sé de dónde había venido, ni quién o qué era. Era Gollum:
      tan oscuro como la oscuridad, excepto dos grandes ojos redondos y pálidos en la
      cara flaca. Tenía un pequeño bote y remaba muy en silencio por el lago, pues
      lago  era,  ancho,  profundo  y  mortalmente  frío.  Remaba  con  los  grandes  pies
      colgando sobre la borda, pero nunca agitaba el agua. No él. Los ojos pálidos e
      inexpresivos  buscaban  peces  ciegos  alrededor,  y  los  atrapaba  con  los  dedos
      largos, rápidos como el pensamiento. Le gustaba también la carne. Los trasgos le
      parecían  buenos,  cuando  podía  echarles  mano;  pero  trataba  de  que  nunca  lo
      encontraran desprevenido. Los estrangulaba por la espalda si alguna vez bajaba
      uno de ellos hasta la orilla del agua, mientras él rondaba en busca de una presa.
      Rara  vez  lo  hacían,  pues  tenían  el  presentimiento  de  que  algo  desagradable
      acechaba en las profundidades, debajo de la raíz misma de la montaña. Cuando
      excavaban los túneles, tiempo atrás, habían llegado hasta el lago y descubrieron
      que no podían ir más lejos. De modo que para ellos el camino terminaba en esa
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