Page 1001 - El Señor de los Anillos
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                    La Torre de Cirith Ungol
      S am se levantó trabajosamente del suelo. Por un momento no supo dónde se
      encontraba, pero luego toda la angustia y la desesperación volvieron a él. Estaba
      en  las  tinieblas,  ante  la  puerta  subterránea  de  la  fortaleza  de  los  orcos;  y  los
      batientes  de  bronce  continuaban  cerrados.  Sin  duda  había  caído  aturdido  al
      abalanzarse contra la puerta; pero cuánto tiempo había permanecido allí, tendido
      en el suelo, no lo sabía. Entonces había sentido un fuego de furia y desesperación;
      ahora tenía frío y tiritaba. Se escurrió hasta la puerta y apoyó el oído.
        Dentro,  lejanos  e  indistintos,  oyó  los  clamores  de  los  orcos;  pero  pronto
      callaron o se alejaron y todo quedó en silencio. Le dolía la cabeza y veía luces
      fantasmales en la oscuridad, pero trató de serenarse y reflexionar. Era evidente,
      en todo caso, que no tenía ninguna esperanza de entrar en la fortaleza por aquella
      puerta: quizá  tuviera  que  esperar allí  días  y  días  antes que  se  abriese,  y  él  no
      podía esperar: el tiempo era desesperadamente precioso. Y ahora ya no dudaba
      acerca de lo que tenía que hacer: salvar a su amo, o perecer en el intento.
        « Que  perezca  es  lo  más  probable,  y  además  mucho  más  fácil» ,  se  dijo,
      taciturno,  mientras  envainaba  a  Dardo  y  se  alejaba  de  la  puerta  de  bronce.
      Lentamente a tientas volvió sobre sus pasos a lo largo de la galería oscura, sin
      atreverse a usar la luz élfica; y en camino, trató de recordar los hechos del viaje,
      desde  que  partiera  con  Frodo  de  la  Encrucijada.  Se  preguntó  qué  hora  sería.
      « Algún momento del tiempo entre un día y otro» , pensó, pero hasta de los días
      había perdido la cuenta. Estaba en un país de tinieblas en que los días del mundo
      parecían olvidados, y todos quienes entraban en él también eran olvidados.
        « Me pregunto si alguna vez se acuerdan de nosotros» , dijo, « y qué les estará
      pasando a todos ellos, allá lejos» . Movió la mano señalando vagamente adelante;
      pero en realidad ahora, al volver al túnel de Ella-Laraña, caminaba hacia el sur,
      no hacia el oeste. En el oeste, en el mundo de fuera, era casi el mediodía del
      decimocuarto  día  de  marzo,  según  el  calendario  de  la  Comarca,  y  en  aquel
      momento Aragorn conducía la flota negra desde Pelargir, y Merry cabalgaba
      con los Rohirrim a lo largo del Pedregal de las Carretas, mientras en Minas Tirith
      se  multiplicaban  las  llamas,  y  Pippin  veía  crecer  la  locura  en  los  ojos  de
      Denethor. No obstante, en medio de tantas preocupaciones y temores, una y otra
      vez  los  pensamientos  de  los  compañeros  se  volvían  a  Frodo  y  a  Sam.  No  los
      habían olvidado. Pero estaban lejos, más allá de toda posible ayuda, y ningún
      pensamiento  podía  socorrer  aún  a  Samsagaz  hijo  de  Hamfast;  estaba
      completamente solo.
      Regresó por fin a la puerta de piedra de la galería de los orcos, y al no descubrir
      tampoco  ahora  el  mecanismo  o  el  cerrojo  que  la  retenía,  la  escaló  como  la
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