Page 997 - El Señor de los Anillos
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de Gondor, golpeando cabezas y yelmos, brazos y escudos, como herreros que
      martillaran  un  hierro  doblado  al  rojo.  Junto  a  Pippin,  Beregond  los  miraba
      aturdido y estupefacto, y cayó bajo los golpes; y el gran jefe de los trolls que lo
      había  derribado  se  inclinó  sobre  él,  extendiendo  una  garra  ávida;  pues  esas
      criaturas horrendas tenían la costumbre de morder en el cuello a los vencidos.
        Entonces Pippin lanzó una estocada hacia arriba, y la hoja del Oesternesse
      atravesó  la  membrana  coriácea  y  penetró  en  los  órganos;  y  la  sangre  negra
      manó  a  borbotones.  El  troll  se  tambaleó,  y  se  desplomó  como  una  roca
      despeñada,  sepultando  a  los  que  estaban  abajo.  Una  negrura  y  un  hedor  y  un
      dolor opresivo asaltaron a Pippin, y la mente se le hundió en las tinieblas.
        « Bueno, esto termina como yo esperaba» , oyó que decía el pensamiento ya
      a punto de extinguirse; y hasta le pareció que se reía un poco antes de hundirse en
      la nada, como si le alegrase liberarse por fin de tantas dudas y preocupaciones y
      miedos. Y aún mientras se alejaba volando hacia el olvido, oyó voces, gritos, que
      parecían venir de un mundo olvidado y remoto.
        —¡Llegan las Águilas! ¡Llegan las Águilas!
        El pensamiento de Pippin flotó un instante todavía.
        —¡Bilbo! —dijo—. ¡Pero no! Eso ocurría en la historia de él, hace mucho,
      mucho tiempo. Esta es mi historia, y ya se acaba. ¡Adiós! —Y el pensamiento
      del hobbit huyó a lo lejos, y sus ojos ya no vieron más.
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