Page 994 - El Señor de los Anillos
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pretendierais desmentirlo.
        —No  pretendo  desmentirlo  —dijo  Gandalf—.  Y  en  verdad,  yo  mismo  los
      conozco, así como la historia de cada uno de ellos, y tú, inmundo Boca de Sauron,
      a pesar de tus sarcasmos, no puedes decir otro tanto. Mas ¿por qué los has traído?
        —Cota de malla de enano, capa élfica, hoja forjada en el derrotado Oeste, y
      espía de ese territorio de ratas, la Comarca… ¡No, calma! Bien lo sabemos…
      estas  son  las  pruebas  de  una  conspiración.  Y  bien,  tal  vez  quien  llevaba  estas
      prendas es alguien que no lamentaríais perder, o tal vez sí, acaso alguien muy
      querido. Si es así, decididlo de prisa, con el poco seso que aún os queda. Porque
      Sauron  no  simpatiza  con  los  espías,  y  el  destino  de  éste  depende  ahora  de
      vosotros.
        Nadie le respondió; pero viendo las caras grises de miedo y el horror en todos
      los ojos, volvió a reír, pues le pareció que estaba ganando la partida.
        —¡Magnífico, magnífico! —exclamó—. Veo que era alguien muy querido.
      ¿O acaso la misión que llevaba era tal que no querríais que fracasara? Pues bien,
      ha fracasado. Y ahora tendrá que soportar el lento tormento de los años, tan largo
      y tan lento como sólo pueden conseguirlo nuestros artificios en la Gran Torre; ya
      nunca  más  será  liberado,  salvo  tal  vez  cuando  esté  quebrado  y  consumido,  y
      entonces  irá  a  vosotros,  y  veréis  lo  que  le  habéis  hecho.  Todo  esto  le  ocurrirá
      ciertamente… a menos que aceptéis las condiciones de mi Señor.
        —Di  esas  condiciones  —dijo  Gandalf  con  voz  firme,  pero  quienes  lo
      rodeaban vieron angustia en el semblante del mago; y ahora parecía un anciano
      decrépito, aplastado y derrotado al fin. Nadie pensó que no las aceptaría.
        —He aquí las condiciones —sonrió el emisario, mientras observaba uno a uno
      a los Capitanes—, La chusma de Gondor y sus engañados secuaces se retirarán
      en seguida a la otra orilla del Anduin, pero ante todo jurarán no atacar nunca más
      a Sauron el Grande con las armas, abierta o secretamente. Todos los territorios al
      este del Anduin pertenecerán a Sauron para siempre y sólo a él. Las tierras que
      se extienden al oeste del Anduin hasta las Montañas Nubladas y la Quebrada de
      Rohan serán tributarias de Mordor, y a sus habitantes les estará prohibido llevar
      armas, pero se les permitirá manejar sus propios asuntos. No obstante, tendrán la
      obligación de ayudar a reconstruir Isengard, que ellos destruyeron para nada, y
      la  ciudad  pertenecerá  a  Sauron,  y  allí  residirá  el  lugarteniente  de  Sauron:  no
      Saruman sino otro, más digno de confianza.
        Mirando  los  ojos  del  emisario,  era  fácil  leerle  el  pensamiento.  El  sería  el
      lugarteniente de Sauron, y él mandaría en todo cuanto quedara del Oeste: él sería
      el tirano y ellos los esclavos.
        Pero Gandalf dijo:
        —Es demasiado pedir por la devolución de un servidor: que tu Amo reciba en
      canje lo que de otro modo tendría que conquistar a lo largo de muchas guerras.
      ¿O acaso luego de la batalla de Gondor ya no confía en la guerra, y ahora se
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