Page 989 - El Señor de los Anillos
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Portador  del  Anillo  había  en  verdad  intentado  ese  camino,  era  menester,  por
      sobre todas las cosas, no atraer hacia allí la mirada del Ojo de Mordor. Y al día
      siguiente, cuando llegó el grueso del ejército, pusieron una guardia numerosa en
      la Encrucijada para contar con alguna defensa, en caso de que Mordor mandase
      fuerzas a través del Paso de Morgul, o enviara nuevas huestes desde el sur. Para
      esta  guardia  escogieron  arqueros  que  conocían  los  caminos  de  Ithilien;
      permanecería  oculta  en  los  bosques  y  pendientes  del  cruce  de  caminos.  Pero
      Gandalf y Aragorn cabalgaron con la vanguardia hasta la entrada del Valle de
      Morgul y contemplaron la ciudad maldita.
        Estaba a oscuras y sin vida: porque los orcos y las otras criaturas innobles que
      habitaran  allí,  habían  perecido  en  la  batalla,  y  los  Nazgûl  estaban  fuera.  No
      obstante,  el  aire  del  valle  era  opresivo,  cargado  de  temor  y  hostilidad.
      Destruyeron entonces el puente siniestro, incendiaron los campos malsanos, y se
      alejaron.
      Al  día  siguiente,  el  tercero  desde  que  partieran  de  Minas  Tirith,  el  ejército
      emprendió  la  marcha  hacia  el  norte.  Por  esa  ruta,  la  distancia  entre  la
      Encrucijada  y  el  Morannon  era  de  unas  cien  millas,  y  lo  que  la  suerte  podía
      depararles antes de llegar tan lejos, nadie lo sabía. Avanzaban abiertamente pero
      con cautela, precedidos por batidores montados, mientras otros exploraban a pie
      los  flancos  del  camino,  y  más  los  del  lado  oriental:  porque  allí  se  extendía  un
      boscaje sombrío y una zona anfractuosa de barrancos y despeñaderos rocosos, y
      detrás se alzaban las laderas largas y empinadas de Ephel Dúath. El tiempo del
      mundo se mantenía apacible y hermoso, y el viento soplaba aún desde el oeste,
      pero nada podía disipar las tinieblas y las brumas que se acumulaban alrededor
      de las Montañas de la Sombra; y por detrás de ellas brotaban intermitentemente
      grandes humaredas que se elevaban y quedaban suspendidas, flotando entre los
      vientos de las cumbres.
        De  tanto  en  tanto  Gandalf  hacía  sonar  las  trompetas  y  los  heraldos
      pregonaban:
        —¡Los Señores de Gondor han llegado! ¡Que todos abandonen el territorio o
      se sometan! Pero Imrahil dijo:
        —No digáis « los Señores de Gondor» . Decid « el Rey Elessar» . Porque es la
      verdad,  aunque  no  haya  ocupado  el  trono  todavía;  y  dará  más  que  pensar  al
      enemigo, si así lo nombran los heraldos.
        Y  a  partir  de  ese  momento,  tres  veces  al  día  proclamaban  los  heraldos  la
      venida del Rey Elessar. Mas nadie recogía el desafío.
        No  obstante,  aunque  en  una  paz  aparente,  todos  los  hombres  marchaban
      oprimidos,  desde  el  más  encumbrado  al  más  humilde,  y  a  cada  milla  que
      avanzaban hacia el norte, más pesaban sobre ellos unos presentimientos funestos.
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