Page 987 - El Señor de los Anillos
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                    La Puerta Negra se abre
      Dos días después el ejército del Oeste se encontraba reunido en el Pelennor. Las
      huestes  de  orcos  y  hombres  del  Este  se  habían  retirado  de  Anórien,  pero
      hostigados y desbandados por los Rohirrim habían huido casi sin presentar batalla
      hacia  Cair  Andros;  destruida  pues  esa  amenaza,  y  con  las  nuevas  fuerzas  que
      llegaban del Sur, la ciudad estaba relativamente bien defendida. Y los batidores
      informaban que en los caminos del este y hasta la Encrucijada del Rey Caído no
      quedaba un solo enemigo con vida. Ya todo estaba preparado para el golpe final.
        Una vez más Legolas y Gimli cabalgarían juntos en compañía de Aragorn y
      Gandalf, que marchaban a la vanguardia con los Dúnedain y los hijos de Elrond.
      Merry, avergonzado, se enteró de que él no los acompañaría.
        —No estás bien todavía para semejante viaje —le dijo Aragorn—. Pero no te
      avergüences.  Aunque  no  hagas  nada  más  en  esta  guerra,  ya  has  conquistado
      grandes honores. Peregrin irá en representación de la Comarca; y no le envidies
      esta oportunidad de afrontar el peligro, pues aunque haya hecho todo tan bien
      como se lo ha permitido la suerte, aún no ha igualado tu hazaña. Pero en verdad
      todos corremos ahora un peligro igual. Tal vez nuestro destino sea encontrar un
      triste fin  ante  la  Puerta  de Mordor,  y  en  tal caso  también  a  vosotros  os habrá
      llegado  la  última  hora,  sea  aquí  o  dondequiera  que  os  atrape  la  marea  negra.
      ¡Adiós!
        Merry siguió observando de mala gana los preparativos de la partida. Bergil
      lo acompañaba, pero también él estaba abatido: su padre marcharía a la cabeza
      de una Compañía de Hombres de la Ciudad, pues hasta tanto no se lo juzgase, no
      se podría reintegrar a la Guardia. En esa misma compañía partía Pippin, soldado
      de Gondor. Merry alcanzó a verlo no muy lejos: una figura pequeña pero erguida
      entre los altos hombres de Minas Tirith.
      Sonaron por fin las trompetas, y el ejército se puso en movimiento. Escuadrón
      tras escuadrón, compañía tras compañía, dieron media vuelta y partieron rumbo
      al este. Y hasta después que se perdieran de vista en el fondo de la carretera que
      conducía  al  Camino  Amurallado,  Merry  se  quedó  allí.  Los  últimos  yelmos  y
      lanzas  de  la  retaguardia  centellearon  a  la  luz  del  sol  de  la  mañana  y
      desaparecieron  a  lo  lejos,  y  Merry  aún  seguía  allí,  con  la  cabeza  gacha  y  el
      corazón  oprimido,  sintiéndose  solo  y  abandonado.  Los  seres  que  más  quería
      habían partido hacia las tinieblas en el distante cielo del Este; y pocas esperanzas
      le quedaban de volver a ver a alguno de ellos.
        Como  llamado  por  la  desesperación,  le  volvió  el  dolor  del  brazo.  Se  sentía
      viejo y débil, y la luz del sol le parecía pálida. El contacto de la mano de Bergil lo
      sacó de estas cavilaciones.
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