Page 991 - El Señor de los Anillos
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Abochornados por la indulgencia de Aragorn, algunos lograron sobreponerse
      al miedo y seguir adelante; los demás partieron, alentados por la perspectiva de
      una empresa honrosa y a la medida de sus fuerzas; y así, con menos de seis mil
      hombres,  pues  ya  habían  dejado  muchos  en  la  Encrucijada,  los  Capitanes  del
      Oeste marcharon al fin a desafiar la Puerta Negra y el poder de Mordor.
      Ahora avanzaban lentamente, esperando a cada momento una respuesta, y en
      filas más compactas, comprendiendo que enviar batidores o pequeños grupos de
      avanzada era un despilfarro de hombres. Al anochecer del quinto día de viaje
      desde  el  Valle  de  Morgul,  prepararon  el  último  campamento,  y  encendieron
      hogueras alrededor con las pocas ramas y malezas secas que pudieron encontrar.
      Pasaron en vela las horas de la noche, y alcanzaron a ver unas formas indistintas
      que  iban  y  venían  en  la  oscuridad,  y  escucharon  los  aullidos  de  los  lobos.  El
      viento había muerto y el aire de la noche parecía estancado. Apenas veían, pues
      aunque  no  había  nubes,  y  la  luna  creciente  era  de  cuatro  noches,  humos  y
      emanaciones  brotaban  de  la  tierra,  y  las  nieblas  de  Mordor  amortajaban  el
      creciente blanco.
        Empezaba  a  hacer  frío.  Al  amanecer,  el  viento  se  levantó  otra  vez,  ahora
      desde  el  norte,  y  no  tardó  en  convertirse  en  un  hálito  helado.  Todos  los
      merodeadores nocturnos habían desaparecido, y el paraje parecía desierto. Al
      norte, entre los pozos mefíticos, se alzaban los primeros promontorios y colinas
      de  escoria  y  roca  carcomida  y  tierra  dilapidada,  el  vómito  de  las  criaturas
      inmundas  de  Mordor;  pero  ya  cerca  en  el  sur  asomaba  el  baluarte  de  Cirith
      Gorgor, y en el centro mismo la Puerta Negra, flanqueada por las dos Torres de
      los Dientes, altas y oscuras. Porque en la última etapa los Capitanes, para evitar
      posibles emboscadas en las colinas, se habían desviado del viejo camino en el
      punto en que se curvaba hacia el este, y ahora, como lo hiciera antes Frodo, se
      acercaban al Morannon desde el noroeste.
      Los poderosos batientes de hierro de la Puerta Negra estaban herméticamente
      cerrados bajo la arcada hostil. En las murallas almenadas no había señales de
      vida. El silencio era sepulcral, pero expectante. Habían llegado por fin a la meta
      última de una aventura descabellada, y ahora, a la luz gris del alba contemplaban
      descorazonados y tiritando de frío aquellas torres y murallas que jamás podrían
      atacar con esperanzas, ni aunque hubiesen traído consigo máquinas de guerra de
      mucho poder, y las fuerzas del enemigo apenas alcanzasen a defender la puerta
      y  la  muralla.  Sabían  que  en  todas  las  colinas  y  peñascos  de  alrededor  había
      enemigos ocultos, y que del otro lado, en los túneles y cavernas excavados bajo
      el desfiladero sombrío, pululaban unas criaturas siniestras. De improviso, vieron a
      los Nazgûl, revoloteando como una bandada de buitres por encima de las Torres
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