Page 995 - El Señor de los Anillos
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rebaja  a  negociar?  Y  si  en  verdad  tanto  valoráramos  a  este  prisionero  ¿qué
      seguridad  tenemos  de  que  Sauron,  Vil  Maestro  de  Traiciones,  cumplirá  su
      palabra?  ¿Dónde  está  el  prisionero?  Que  lo  traigan  y  lo  muestren,  y  entonces
      estudiaremos vuestras condiciones.
        A Gandalf, que lo miraba con fijeza, como en duelo con un enemigo mortal,
      le pareció que por un instante el emisario no supo qué decir, aunque en seguida
      rió de nuevo.
        —¡No  le  hables  a  la  Boca  de  Sauron  con  insolencia!  —gritó—.  ¡Pides
      seguridades!  Sauron  no  las  da.  Si  pretendes  clemencia,  antes  haréis  lo  que  él
      exige. Estas son sus condiciones. ¡Aceptadlas o rechazadlas!
        —¡Estas aceptaremos! —dijo Gandalf de pronto. Se abrió la capa, y una luz
      blanca centelleó como una espada en la oscuridad. Ante la mano levantada de
      Gandalf el emisario retrocedió y Gandalf dio un paso adelante y le arrancó los
      objetos de las manos: la cota de malla, la capa y la espada—. Los llevaremos en
      recuerdo  de  nuestro  amigo  —gritó—.  Y  en  cuanto  a  tus  condiciones,  las
      rechazamos  de  plano.  Vete  ya,  pues  tu  misión  ha  concluido  y  la  hora  de  tu
      muerte se aproxima. No hemos venido aquí a derrochar palabras con Sauron,
      desleal y maldito, y menos aún con uno de sus esclavos. ¡Vete!
        El  emisario  de  Mordor  ya  no  se  reía.  Con  la  cara  crispada  por  la
      estupefacción y la furia, parecía un animal salvaje que en el momento en que se
      agazapa  para  saltar  sobre  la  presa,  recibe  un  garrotazo  en  el  hocico.  Loco  de
      rabia, echó baba por la boca, mientras unos sonidos de furia se le estrangulaban
      en  la  garganta.  Pero  miró  los  rostros  feroces  y  las  miradas  mortíferas  de  los
      Capitanes,  y  el  miedo  fue  más  fuerte  que  la  ira.  Dando  un  alarido,  se  volvió,
      trepó de un salto a su cabalgadura, y partió en desenfrenado galope hacia Cirith
      Gorgor.  Entonces,  mientras  se  alejaban,  los  soldados  de  Mordor  soplaron  los
      cuernos, respondiendo a una señal convenida; y no habían llegado aún a la puerta
      cuando Sauron soltó la trampa que había preparado.
        Los  tambores  redoblaron,  y  las  hogueras  se  encendieron.  Los  poderosos
      batientes  de  la  Puerta  Negra  se  abrieron  de  par  en  par,  y  una  gran  hueste  se
      precipitó como las aguas turbulentas de un dique cuando levantan una compuerta.
        Los  Capitanes  del  Oeste  volvieron  a  montar  y  se  retiraron  al  galope,  y  un
      aullido de burlas brotó del ejército de Mordor. Una nube de polvo oscureció el
      aire, y desde las cercanías vino marchando un ejército de Hombres del Este que
      había estado esperando la señal oculto entre las sombras del Ered Lithui, junto a
      la torre más distante. De las colinas que flanqueaban el Morannon se precipitó un
      torrente de orcos. Los hombres del Oeste estaban atrapados, y pronto en aquellos
      montes  grises  unas  fuerzas  diez  y  más  veces  superiores  los  envolverían  en  un
      mar de enemigos. Sauron había mordido la carnada con mandíbulas de acero.
        Poco tiempo le quedaba a Aragorn para preparar la batalla. En una misma
      colina  estaban  él  y  Gandalf,  y  allí  enarbolaron  el  estandarte,  hermoso  y
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