Page 1005 - El Señor de los Anillos
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Pensó por un momento en el Anillo, pero no encontró en él ningún consuelo, sólo
      peligro  y  miedo.  Tan  pronto  como  viera  el  Monte  del  Destino,  ardiendo  en
      lontananza, había notado un cambio en el Anillo. A medida que se acercaba a los
      grandes hornos donde fuera forjado y modelado, en los abismos del tiempo, el
      poder  del  Anillo  aumentaba,  y  se  volvía  cada  vez  más  maligno,  indomable
      excepto  quizá  para  alguien  de  una  voluntad  muy  poderosa.  Y  aunque  no  lo
      llevaba en el dedo, sino colgado del cuello en una cadena, Sam mismo se sentía
      como  agigantado,  como  envuelto  en  una  enorme  y  deformada  sombra  de  sí
      mismo, una amenaza funesta suspendida sobre los muros de Mordor. Sabía que
      en  adelante  no  le  quedaba  sino  una  alternativa:  resistirse  a  usar  el  Anillo,  por
      mucho que lo atormentase; o reclamarlo, y desafiar el Poder aposentado en la
      fortaleza oscura del otro lado del valle de las sombras. El Anillo lo tentaba ya,
      carcomiéndole  la  voluntad  y  la  razón.  Fantasías  descabelladas  le  invadían  la
      mente;  y  veía  a  Samsagaz  el  Fuerte,  el  Héroe  de  la  Era,  avanzando  con  una
      espada  flamígera  a  través  de  la  tierra  tenebrosa,  y  los  ejércitos  acudían  a  su
      llamada mientras corría a derrocar el poder de Barad-dûr. Entonces se disipaban
      todas las nubes, y el sol blanco volvía a brillar, y a una orden de Sam el valle de
      Gorgoroth  se  transformaba  en  un  jardín  de  muchas  flores,  donde  los  árboles
      daban frutos. No tenía más que ponerse el Anillo en el dedo, y reclamarlo, y todo
      aquello podría convertirse en realidad.
        En aquella hora de prueba fue sobre todo el amor a Frodo lo que le ayudó a
      mantenerse firme; y además conservaba aún, en lo más hondo de sí mismo, el
      indomable  sentido  común  de  los  hobbits:  bien  sabía  que  no  estaba  hecho  para
      cargar semejante fardo aun en el caso de que aquellas visiones de grandeza no
      fueran sólo un señuelo. El pequeño jardín de un jardinero libre era lo único que
      respondía a los gustos y a las necesidades de Sam; no un jardín agigantado hasta
      las dimensiones de un reino; el trabajo de sus propias manos, no las manos de
      otros bajo sus órdenes.
        « Y además todas estas fantasías no son más que una trampa» , se dijo. « Me
      descubriría y caería sobre mí, antes que yo pudiera gritar. Si ahora me pusiera el
      Anillo  me  descubriría,  y  muy  rápidamente,  en  Mordor.  Y  bien,  todo  cuanto
      puedo decir es que la situación me parece tan desesperada como una helada en
      primavera. ¡Justo cuando hacerme invisible podría ser realmente útil, no puedo
      utilizar el Anillo! Y si encuentro alguna vez un modo de seguir adelante, no será
      más que un estorbo, y una carga más pesada a cada paso. ¿Qué tengo que hacer,
      entonces?»
        En el fondo, no le quedaba a Sam ninguna duda. Sabía que tenía que bajar
      hasta la puerta, y sin más dilación. Con un encogimiento de hombros, como para
      ahuyentar  las  sombras  y  alejar  a  los  fantasmas,  comenzó  lentamente  el
      descenso. A cada paso se sentía más pequeño. No había avanzado mucho, y ya
      era otra vez un hobbit disminuido y aterrorizado. Ahora pasaba justo por debajo
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