Page 1010 - El Señor de los Anillos
P. 1010
de un golpe y un grito, y Sam buscó de prisa un escondite. Una voz de orco se
elevó, iracunda, y él la reconoció en seguida, áspera, brutal y fría: era Shagrat,
Capitán de la Torre.
—¿Así que no volverás? ¡Maldito seas, Snaga, gusano infecto! Te equivocas si
crees que estoy tan estropeado como para que puedas burlarte de mí. Ven, y te
arrancaré los ojos, como se los acabo de arrancar a Radbug. Y cuando lleguen
algunos muchachos de refuerzo, me ocuparé de ti: te mandaré a Ella-Laraña.
—No vendrán, no antes de que hayas muerto, en todo caso —respondió
Snaga con acritud—. Te dije dos veces que los cerdos de Gorbag fueron los
primeros en llegar a la puerta, y que de los nuestros no salió ninguno. Lagduf y
Muzgash consiguieron escapar, pero los mataron. Lo vi desde una ventana, te lo
aseguro. Y fueron los últimos.
—Entonces tienes que ir. De todos modos yo estoy obligado a quedarme.
¡Que los Pozos Negros se traguen a ese inmundo rebelde de Gorbag! —La voz de
Shagrat se perdió en una retahíla de insultos y maldiciones—. Él se llevó la peor
parte, pero consiguió apuñalarme antes que yo lo estrangulase. Irás, o te comeré
vivo. Es preciso que las noticias lleguen a Lugbúrz, o los dos iremos a parar a los
Pozos Negros. Sí, tú también. No creas que te salvarás escondiéndote aquí.
—No pienso volver a bajar por esa escalera —gruñó Snaga—, seas o no mi
capitán. ¡Nooo! Y aparta las manos de tu cuchillo, o te ensartaré una flecha en
las tripas. No serás capitán por mucho tiempo cuando ellos se enteren de todo lo
que pasó. Combatí por la Torre contra esas pestilentes ratas de Morgul, pero
menudo desastre habéis provocado vosotros dos, valientes capitanes, al disputaros
el botín.
—Ya has dicho bastante —gruñó Shagrat—. Yo tenía órdenes. Fue Gorbag
quien empezó, al tratar de birlarme la bonita camisa.
—Sí, pero tú lo sacaste de sus casillas, con tus aires de superioridad. Y de
todos modos, él fue más sensato que tú. Te dijo más de una vez que el más
peligroso de estos espías todavía anda suelto, y no quisiste escucharlo. Y ahora
tampoco quieres escuchar. Te digo que Gorbag tenía razón. Hay un gran guerrero
que anda merodeando por aquí, uno de esos Elfos sanguinarios, o uno de esos
tarcos inmundos. Te digo que viene hacia aquí. Has oído la campana. Pudo eludir
a los Centinelas, y eso es cosa de tarcos. Está en la escalera. Y hasta que no salga
de allí, no pienso bajar. Ni aunque fuera un Nazgûl lo haría.
—Con que esas tenemos ¿eh? —aulló Shagrat—. ¿Harás esto, y no harás
aquello? ¿Y cuando llegue, saldrás disparado y me abandonarás? ¡No, no lo
harás! ¡Antes te llenaré la panza de agujeros rojos!
Por la puerta de la torre de atalaya salió volando Snaga, el orco más pequeño.
Y detrás de él apareció Shagrat, un orco enorme cuyos largos brazos, al correr
encorvado, tocaban el suelo. Pero uno de los brazos le colgaba inerte, y parecía
estar sangrando; con el otro apretaba un gran bulto negro. Desde detrás de la