Page 1015 - El Señor de los Anillos
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—¡Vamos!  ¡Despierte,  señor  Frodo!  dijo,  procurando  parecer  tan  animado
      como cuando en Bolsón Cerrado abría las cortinas de la alcoba en las mañanas
      de estío.
        Frodo suspiró y se incorporó.
        —¿Dónde estamos? ¿Cómo llegué aquí? —preguntó.
        —No  hay  tiempo  para  historias  hasta  que  lleguemos  a  alguna  otra  parte,
      señor Frodo —dijo Sam—. Pero estamos en la cúspide de la torre que usted y yo
      vimos  allá  abajo,  cerca  del  túnel,  antes  que  los  orcos  lo  capturasen.  Cuánto
      tiempo hace de esto, no lo sé. Más de un día, sospecho.
        —¿Nada  más?  —dijo  Frodo—.  Parece  que  fueran  semanas.  Si  hay  una
      oportunidad,  tendrás  que  contármelo  todo.  Algo  me  golpeó  ¿no  es  así?  Y  me
      hundí  en  las  tinieblas  y  en  sueños  horripilantes,  y  al  despertar  descubrí  que  la
      realidad  era  peor  aún.  Estaba  rodeado  de  orcos.  Creo  que  me  habían  estado
      echando por la garganta algún brebaje inmundo y ardiente. La cabeza se me iba
      despejando, pero me sentía dolorido y agotado. Me desnudaron por completo, y
      luego vinieron dos bestias gigantescas y me interrogaron, me interrogaron hasta
      que  creí  volverme  loco;  y  me  acosaban,  y  se  regodeaban  viéndome  sufrir,  y
      mientras  tanto  acariciaban  los  cuchillos.  Nunca  podré  olvidar  aquellas  garras,
      aquellos ojos.
        —No los olvidará, si sigue hablando de ellos, señor Frodo —dijo Sam—. Si no
      queremos  verlos  otra  vez,  cuanto  antes  salgamos  de  aquí,  mejor  que  mejor.
      ¿Puede caminar?
        —Sí, puedo —dijo Frodo, mientras se ponía de pie con lentitud—. No estoy
      herido, Sam. Sólo que me siento muy fatigado, y me duele aquí. —Se tocó la
      nuca  por  encima  del  hombro  izquierdo.  Y  cuando  se  irguió,  Sam  tuvo  la
      impresión de que estaba envuelto en llamas: a la luz de la lámpara que pendía del
      techo la piel desnuda de Frodo tenía un tinte escarlata. Dos veces recorrió Frodo
      la habitación de extremo a extremo.
        —¡Me  siento  mejor!  —dijo,  un  tanto  reanimado—.  No  me  atrevía  ni  a
      moverme cuando me dejaban solo, pues en seguida venía uno de los guardias.
      Hasta que comenzó la pelea y el griterío. Los dos brutos grandes: se peleaban,
      creo. Por mí o por mis cosas. Y yo yacía allí, aterrorizado. Y luego siguió un
      silencio de muerte, lo que era aún peor.
        —Sí, se pelearon, evidentemente —dijo Sam—. Creo que había aquí más de
      doscientas  de  esas  criaturas  infectas.  Demasiado  para  Sam  Gamyi,  diría  yo.
      Pero se mataron todos entre ellos. Fue una suerte, pero es un tema demasiado
      largo  para  inventar  una  canción,  hasta  que  hayamos  salido  de  aquí.  ¿Qué
      haremos  ahora?  Usted  no  puede  pasearse  en  cueros  por  la  Tierra  Tenebrosa,
      señor Frodo.
        —Se han llevado todo, Sam —dijo Frodo—. Todo lo que tenía. ¿Entiendes?
      ¡Todo! —Se acurrucó otra vez en el suelo con la cabeza gacha, abrumado por la
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