Page 1013 - El Señor de los Anillos
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de un hobbit desesperanzado y exhausto que un orco nunca podría confundir con
el canto claro de un Señor de los Elfos. Canturreó viejas tonadas infantiles de la
Comarca, y fragmentos de los poemas del señor Bilbo que le venían a la
memoria como visiones fugitivas del hogar. Y de pronto, como animado por una
nueva fuerza, la voz de Sam vibró, improvisando palabras que se ajustaban a
aquella tonada sencilla.
En las tierras del Oeste bajo el Sol
las flores crecen en Primavera,
los árboles brotan, las aguas fluyen,
los pinzones cantan.
O quizás es una noche sin nubes
y de las hayas que se mecen,
entre el ramaje del cabello,
las Estrellas Élficas
cuelgan como joyas blancas.
Aquí yazgo, al término de mi viaje,
hundido en una oscuridad profunda:
más allá de todas las torres altas y poderosas,
más allá de todas las montañas escarpadas,
por encima de todas las sombras cabalga el Sol
y eternamente moran las Estrellas.
No diré que el Día ha terminado,
ni he de decir adiós a las Estrellas.
—Más allá de todas las torres altas y poderosas —recomenzó, y se
interrumpió de golpe. Creyó oír una voz lejana que le respondía. Pero ahora no
oía nada. Sí, algo oía, pero no una voz: pasos que se acercaban. Arriba en el
corredor se abrió una puerta: rechinaban los goznes. Sam se acurrucó,
escuchando. La puerta se cerró con un golpe sordo; y la voz gruñona de un orco
resonó en el corredor.
—¡Eh! ¡Tú ahí arriba, rata de albañal! Acaba con tus chillidos, o iré a
arreglar cuentas contigo. ¿Me has oído? No hubo respuesta.
—Está bien —refunfuñó Snaga—. De todos modos iré a echarte un vistazo, a
ver en qué andas.
Los goznes volvieron a rechinar, y Sam, espiando desde el umbral del
pasadizo, vio el parpadeo de una luz en un portal abierto, y la silueta imprecisa de
un orco que se aproximaba. Parecía cargar una escalera de mano. Y de pronto
comprendió: el acceso a la cámara más alta era una puerta trampa en el techo
del corredor. Snaga lanzó la escalerilla hacia arriba, la afirmó, y trepó por ella
hasta desaparecer. Sam lo oyó quitar un cerrojo. Luego la voz aborrecible habló
de nuevo.