Page 1018 - El Señor de los Anillos
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Frodo, y pesada por añadidura. Se la ajustó con un cinturón, del que pendía una
vaina corta con una espada de hoja ancha y afilada. Sam había traído varios
yelmos de orcos. Uno de ellos le quedaba bastante bien a Frodo: un capacete
negro con guarnición de hierro, y argollas de hierro revestidas de cuero; sobre el
cubrenariz en forma de pico brillaba pintado en rojo el Ojo Maléfico.
—Las prendas de Morgul, las de los hombres de Gorbag, nos habrían sentado
mejor y eran de más calidad —dijo Sam—; pero hubiera sido peligroso andar
por Mordor con las insignias de esa gente, después de los problemas que hubo
aquí. Bien, ahí tiene, señor Frodo. Un perfecto orco pequeño, si me permite el
atrevimiento, o lo parecería de verdad si pudiésemos cubrirle la cara con una
máscara, estirarle los brazos y hacerlo patizambo. Con esto disimulará algunas
fallas del disfraz. —Le puso sobre los hombros un amplio capote negro—. ¡Ya
está pronto! A la salida podrá escoger un escudo.
—¿Y tú, Sam? ¿No dijiste que iríamos vestidos los dos iguales?
—Bueno, señor Frodo, he estado reflexionando —dijo Sam—. No es
conveniente que deje mis cosas aquí, pero tampoco podemos destruirlas. Y no
me puedo poner una malla de orco encima de todas mis ropas ¿no? Tendré que
encapucharme de la cabeza a los pies.
Se arrodilló, y doblando con cuidado la capa élfica, la convirtió en un rollo
asombrosamente pequeño. Lo guardó en la mochila que estaba en el suelo, e
irguiéndose se la cargó a la espalda; se puso en la cabeza un casco orco y se echó
otro capote negro sobre los hombros.
—¡Listo! —dijo—. Ahora estamos iguales, casi. ¡Y es hora de partir!
—No podré hacer todo el trayecto en una sola etapa, Sam —dijo Frodo con
una sonrisa forzada—. Me imagino que habrás averiguado si hay posadas en el
camino. ¿O has olvidado que necesitaremos comer y beber?
—¡Córcholis, sí, lo olvidé! —dijo Sam. Silbó, desanimado—. ¡Ay, señor
Frodo, me ha dado usted un hambre y una sed! No recuerdo cuándo fue la última
vez que una gota o un bocado me pasó por los labios. Tratando de encontrarlo a
usted, no lo he pensado más. ¡Pero espere! La última vez que miré todavía me
quedaba bastante de ese pan del camino, y lo que nos dio el capitán Faramir,
como para mantenernos en pie un par de semanas. Pero si en mi botella queda
algo, no ha de ser más que una gota. De ninguna manera va a alcanzar para dos.
¿Acaso los orcos no comen, no beben? ¿O sólo viven de aire rancio y de veneno?
—No, comen y beben, Sam. La Sombra que los engendró sólo puede
remedar, no crear: no seres verdaderos, con vida propia. No creo que haya dado
vida a los orcos, pero los malogró y los pervirtió; y si están vivos, tienen que vivir
como los otros seres vivos. Se alimentarán de aguas estancadas y carnes
putrefactas, si no consiguen otra cosa, pero no de veneno. A mí me han dado de
comer, y estoy en mejores condiciones que tú. Por aquí, en alguna parte, tiene
que haber agua y víveres.