Page 1020 - El Señor de los Anillos
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Volvió a sacar el frasco élfico de Galadriel. Como para rendir homenaje al
      temple del hobbit, y agraciar con esplendor la mano fiel y morena que había
      llevado a cabo tantas proezas, el frasco brilló súbitamente iluminando el patio en
      sombras con una luz deslumbradora, como un relámpago; pero era una luz firme,
      y que no se extinguía.
        —Gilthoniel, A Elbereth! —gritó Sam. Sin saber por qué, su pensamiento se
      había  vuelto  de  pronto  a  los  elfos  de  la  Comarca,  y  al  canto  que  había
      ahuyentado al Jinete Negro oculto entre los árboles.
        —Aiya elenion ancalima! —gritó Frodo, detrás de Sam.
        La  voluntad  de  los  Centinelas  se  quebró  de  repente  como  una  cuerda
      demasiado tensa, y Frodo y Sam trastabillaron. Pero en seguida echaron a correr.
      Traspusieron  la  puerta  y  dejaron  atrás  las  grandes  figuras  sentadas  de  ojos
      fulgurantes. Se oyó un estallido. La dovela de la arcada se derrumbó casi sobre
      los talones de los fugitivos, y el muro superior se desmoronó, cayendo en ruinas.
      Habían  escapado.  Repicó  una  campana;  y  un  gemido  agudo  y  horripilante  se
      elevó  de  los  Centinelas.  Desde  muy  arriba,  desde  la  oscuridad,  llegó  una
      respuesta.  Del  cielo  tenebroso  descendió  como  un  rayo  una  figura  alada,
      desgarrando las nubes con un grito siniestro.
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